“Las colinas tienen ojos” (The Hills Have Eyes) no es simplemente un slasher moderno; es una revisión visceral y perturbadora de los tropos del género de terror, ataviada con una fotografía desoladora que se instala en la memoria. Esta nueva entrega de Gore Verbinski, tras su experiencia con “La Fraternidad de la Luna”, regresa a las raíces de sus primeros trabajos, ofreciendo un relato brutalmente realista de supervivencia en un entorno implacable, y lo hace con una intensidad que rara vez se encuentra en el cine de terror actual.
El guion, basado en una historia original de Alexandre Oelhoeffer, es notablemente conciso y efectivo. En lugar de sobrecargar la narrativa con explicaciones innecesarias, el film se centra en la progresiva desintegración de una familia, los Camino, tras un accidente que los aísla en el árido y aparentemente abandonado desierto de Nevada. La tensión, en lugar de construirse gradualmente, se amplifica a medida que la amenaza se revela, utilizando el silencio y la inmensidad del paisaje para intensificar el sentimiento de vulnerabilidad. La película funciona mejor cuando se limita a observar la evolución del horror, dejando que las actuaciones y la dirección establezcan el tono.
El reparto es, en general, sólido, con una destacada actuación de Demián Bichir como el padre, John, un hombre cínico y desilusionado que lucha por mantener la cordura mientras su familia sucumbe al terror. Oliver Zahn, como el hijo adolescente, logra transmitir un miedo genuino y un sentido de desesperación que son cruciales para el impacto emocional de la película. Sin embargo, la dinámica familiar se siente, en ocasiones, un poco forzada, y algunas de las actuaciones secundarias, aunque decentes, no alcanzan el mismo nivel de impacto.
Verbinski demuestra una maestría visual asombrosa. La fotografía de Robby Graham es impresionante, capturando la belleza cruel del paisaje desértico y utilizando la luz y la sombra para crear un ambiente de constante amenaza. La paleta de colores es, en su mayoría, apagada y arenosa, pero se contrastan con explosiones de rojo sangre que subrayan la violencia y la muerte. La dirección de montaje es dinámica y eficiente, alternando entre persecuciones frenéticas y escenas de horror lento y metódico. Se aprecia una cuidadosa planificación de cada escena, buscando el mayor impacto visual y emocional.
A pesar de algunos momentos de exceso de violencia gráfica que podrían resultar perturbadores para algunos espectadores, “Las colinas tienen ojos” es una película que se queda contigo mucho después de que los créditos finales hayan terminado de rodar. La película no busca ofrecer respuestas fáciles ni explicaciones, sino que se centra en la experiencia visceral del terror. Es un retrato crudo y despiadado de la condición humana bajo presión, una advertencia sobre los límites de la supervivencia y una celebración del horror puro y sin adornos. Es una película que, a diferencia de muchas de las entregas más recientes del género, logra ser verdaderamente inquietante y memorable.
Nota: 7/10