Las columnas del cielo (1956)

“Las Columnas del Cielo” (Skyrim) es un western revisionista que se erige como una meditación sobre el honor, el territorio y la persistencia del conflicto incluso en el aparente final de una época. Dirigida con una sensibilidad notable por Robert Mulligan, la película no ofrece la espectacularidad habitual del género, sino una lentitud deliberada y un enfoque en la complejidad moral de sus personajes, ofreciendo una experiencia cinematográfica mucho más rica y resonante.

La película comienza con una atmósfera de relativa calma en el territorio indio de Oregón, 1868. El sargento Emmett Bell (Jeff Chandler), un hombre curtido por la vida y atormentado por sus propias acciones, se enfrenta a la tarea de mantener la paz entre las diversas tribus. Chandler ofrece una actuación magistral, transmitiendo la resignación, la inteligencia y el peso de un hombre que ha visto demasiado. No es un héroe idealizado, sino un hombre marcado por las circunstancias, cuya lealtad está cuestionada constantemente. La química entre Chandler y el joven guía indio, James (Richard Bright), es uno de los pilares de la película, generando un diálogo sutil y profundo que va más allá de las simples palabras. Bright, en su debut, demuestra una presencia natural y una capacidad para evocar la inocencia y la sabiduría ancestral.

La dirección de Mulligan es un elemento clave del éxito de la película. Se aleja de los duelos rápidos y las persecuciones desenfrenadas, priorizando la construcción de la tensión a través de las miradas, los silencios y la gradual escalada del conflicto. La fotografía de Joseph Lossy es sublime, utilizando la luz natural y los paisajes oregoneses de manera impecable, creando una sensación de inmersión y realismo que es casi palpable. El uso del color es, a su vez, extremadamente cuidado, con tonalidades terrosas que enfatizan la conexión de los personajes con la tierra y la melancolía del pasado.

El guion, adaptado de la novela de Frank Yerby, se adentra en un debate sobre la justicia, el derecho y la persistencia de la violencia. La película no toma partido, presentando a ambas partes – los colonos americanos y las tribus indígenas – con suficiente matiz para que el espectador cuestione las motivaciones y las acciones de cada uno. No simplifica el conflicto, sino que lo presenta como un resultado de la ambición, la codicia y la negación de la dignidad humana. El retrato de los colonos no es demoníaco, sino que revela la fragilidad de su moral y la desesperación que los impulsa a expandir sus fronteras. La película no glorifica la conquista, sino que la muestra como un acto de destrucción y pérdida.

Si bien el ritmo pausado puede resultar lento para algunos espectadores, “Las Columnas del Cielo” es una película que invita a la reflexión. Es una obra cinematográfica que permanece en la mente mucho después de que termina, planteando preguntas importantes sobre la relación entre las culturas y la responsabilidad de las acciones humanas. No es un western convencional, sino un drama histórico con elementos de western que explora la complejidad del enfrentamiento entre dos mundos en la encrucijada de la historia.

Nota: 8/10