“Las gemelas que no hablaban” (The Silent Twins, 2019) es una película perturbadora y profundamente conmovedora que, a pesar de su ritmo pausado, logra establecer un atmósfera de tensión y aislamiento que se adhiere al espectador como un sudor frío. Dirigida por Stuart Bowden, la película explora las consecuencias devastadoras del trauma infantil, la incomprensión social y la búsqueda desesperada de identidad en un entorno que parece sistemáticamente hostil. A diferencia de la adaptación de 1996, esta versión se centra mucho más en la perspectiva interna de las gemelas, Jennifer y June Gibbons, abandonando la narrativa orientada a la trama y abrazando una visión profundamente introspectiva.
El guion, adaptado de la novela de Jean Ritchie, no busca ofrecer respuestas fáciles. En cambio, se sumerge en las complejidades de una relación simbiótica que, a su vez, se convierte en una barrera entre el mundo exterior y la realidad de las hermanas. La escritura es precisa y realista, evitando el melodrama y permitiendo que la incomunicación entre las gemelas se manifieste de maneras sutiles pero escalofriantes. La película se alimenta de la tensión psicológica, mostrando cómo la falta de diálogo se traduce en una profunda desconexión emocional y, eventualmente, en comportamientos que parecen, en la superficie, extraños y preocupantes. No se juzga a las gemelas; se las presenta como víctimas de un sistema que no las comprende y a quienes se les niega la posibilidad de establecer conexiones significativas.
Las actuaciones son, sin duda, el corazón de la película. Rachel Weisz y Saoirse Ronan ofrecen interpretaciones magistrales. Weisz, en el papel de June, transmite con una precisión asombrosa la amargura, el resentimiento y la soledad que anidan en el interior de su personaje. Ronan, por su parte, como Jennifer, captura la quietud, la vulnerabilidad y la obsesión con el arte que definen a su hermana. La química entre ambas es palpable, intensificando la sensación de que están atrapadas en un mundo que no les pertenece. Sus miradas, sus gestos, incluso los silencios entre ellas, hablan más que cualquier diálogo.
La dirección de Bowden es contemplativa pero efectiva. Utiliza la paleta de colores, especialmente el blanco y el gris, para reflejar el vacío y la rigidez de la vida de las gemelas. Los espacios interiores son estrechos y claustrofóbicos, intensificando la sensación de encierro. La música, igualmente, juega un papel fundamental, generando una atmósfera melancólica y opresiva. La película no rehuye mostrar los aspectos más perturbadores de la relación entre las gemelas, pero siempre lo hace con sensibilidad y respeto. Es una película que exige atención y reflexión, que invita a cuestionar los límites de la comunicación y la importancia de la empatía. No es un espectáculo fácil de ver, pero su mensaje es poderoso y perdurable.
Nota: 8/10