Las horas del verano (2008)

“Las horas del verano” (In the Summer of ’88) es una película que se instala en la memoria con la misma persistencia que las vacaciones que describe. No se trata de una película que impacta con grandes espectáculos visuales o giros argumentales arriesgados. Su fuerza reside en la precisión de sus retratos familiares y en la sutil pero palpable tensión emocional que impregna cada escena. La película, dirigida con maestría por Andrew Haigh, se centra en tres hermanos, Adrienne, Frédéric y Jérémie, que se ven obligados a reunirse tras la repentina muerte de su madre y la herencia que le deja: una valiosa colección de arte del siglo XIX. El hecho de que la herencia sea la catalizador de un reencuentro que ha estado suspendido durante años no es un mero recurso narrativo, sino que sirve para explorar la complejidad de las relaciones familiares y las heridas del pasado.

Las actuaciones son, sin duda, uno de los pilares fundamentales de la película. Riley Keough, como Adrienne, entrega una interpretación honesta y vulnerable, equilibrando la sofisticación de su personaje con la fragilidad de una mujer que se enfrenta a la pérdida y a la reaparición de recuerdos dolorosos. Timothée Chalamet, en su papel de Jérémie, demuestra una madurez y una intensidad sorprendentes, logrando transmitir la ambivalencia de un hombre que lucha por mantener las apariencias y, al mismo tiempo, anhela una conexión genuina con sus hermanos. Y, a pesar de no tener un papel tan prominente, Harris Dickinson ofrece una representación convincente de Frédéric, el hermano más reservado y atormentado por su propio pasado.

Lo que realmente distingue a “Las horas del verano” es la habilidad del guion para crear una atmósfera cargada de recuerdos y silencios. Haigh no recurre a diálogos expositivos ni a explicaciones innecesarias. En cambio, utiliza la cámara y el sonido para sugerir, para insinuar, para dejar que el espectador complete los huecos. La película se nutre de esos momentos de quietud, de miradas cruzadas, de gestos sutiles que revelan más de lo que dicen. La dirección es impecable, creando un ritmo pausado que permite al espectador sumergirse en la introspección de los personajes. Hay una elegancia en la manera en que se maneja el tiempo, la memoria y la incomunicación entre los hermanos. La película no intenta resolver sus conflictos, sino que los expone de manera cruda y realista, mostrando cómo las heridas del pasado pueden seguir influyendo en el presente.

Si bien la historia podría, en ocasiones, sentirse un tanto lenta y contemplativa, la experiencia emocional es potente y duradera. Es una película que te invita a reflexionar sobre las complejidades de las relaciones familiares, el peso de los recuerdos y la dificultad de encontrar la reconciliación. Es una película sobre el tiempo, la pérdida y la búsqueda de la conexión en un mundo que constantemente nos separa. Una joya cinematográfica que, a pesar de no ser un espectáculo grandioso, demuestra la belleza del cine como herramienta para la introspección y la comprensión humana.

Nota: 8/10