Las locas, locas aventuras de Robin Hood (1993)

“Las locas, locas aventuras de Robin Hood” es una comedia de aventuras que, aunque no logra alcanzar la grandeza de sus predecesoras, ofrece un entretenimiento ligero y accesible, especialmente para un público familiar. La película, dirigida por Keith Crook, apuesta por la exageración y la irreverencia, lo que, a veces, funciona a su favor y otras, resulta excesivo. En un contexto de saturación de versiones modernas del mito de Robin Hood, esta entrega se distingue por su particular tono, más cercano a una parodia que a una reinterpretación seria del personaje.

La dirección de Crook se centra en la acción y el espectáculo, buscando mantener al espectador entretenido con secuencias de lucha coreografias exageradas y persecuciones a gran escala. Sin embargo, esta priorización de la acción a veces sacrifica la construcción de personajes y la profundidad emocional. Las escenas de batalla, aunque visualmente agradables, carecen de un ritmo narrativo convincente; se sienten más como montajes de efectos especiales que como momentos significativos en la historia. El vestuario y los escenarios, aunque cumplen su función, carecen de un toque de sofisticación que hubiera elevado la calidad visual general de la película.

El reparto, liderado por Taron Egerton, ofrece actuaciones sólidas, aunque los personajes estén desarrollados de forma superficial. Egerton, como Robin de Loxley, aporta carisma y un encanto natural que compensa en parte la falta de complejidad dramática del personaje. Jamie Dornan, interpretando a John, el malvado rey Juan, logra imprimirle un toque de humor negro a su villano, aunque su actuación, como la de otros personajes secundarios, se limita a proporcionar gestos y frases memorables, sin profundizar en sus motivaciones o en la exploración de sus personajes. El elenco secundario, en su mayoría, se desenvuelve con soltura, dotando a la película de una atmósfera vibrante y llena de personalidad, aunque carente de un verdadero impacto emocional.

El guion, escrito por Ben Miller y Tom Miller, es la debilidad más evidente de la película. La trama, aunque sencilla y accesible, se complica demasiado con una serie de subtramas y personajes secundarios que no aportan nada sustancial a la historia principal. Las chanzas y los diálogos, aunque abundantes, son a menudo repetitivos y carentes de originalidad, recurriendo a clichés del género y a bromas fáciles que se vuelven cansinas con el tiempo. La película se esfuerza por ser irreverente y provocadora, pero muchas de sus intenciones resultan ser torpes y superficiales. Se siente como si la intención fuera simplemente subvertir las convenciones del género, sin ofrecer ninguna alternativa creativa o significativa.

A pesar de sus defectos, “Las locas, locas aventuras de Robin Hood” puede resultar entretenida para aquellos que buscan una comedia de aventuras ligera y desinhibida. No es una obra maestra, ni pretende serlo, pero ofrece un buen rato de entretenimiento y una dosis de humor para toda la familia. Su valor reside, quizás, en su capacidad para evocar la nostalgia por las versiones clásicas del mito y para ofrecer una nueva perspectiva sobre un personaje tan icónico como Robin Hood.

Nota: 6/10