“Las muertes de Ian Stone” es una experiencia cinematográfica perturbadora y profundamente inquietante, una película que se instala en la mente del espectador como una melodía disonante que no se olvida fácilmente. Jimjé Johansson, el director y guionista, logra con maestría crear una atmósfera de desesperación existencial y un sentimiento constante de precariedad que se expande hasta sumergirnos en la mente del protagonista. No es una película de acción, ni de sustos fáciles; es un ejercicio de paciencia y una reflexión sobre la muerte, la identidad y la búsqueda de sentido en un universo aparentemente indiferente.
La película se centra en Ian Stone, interpretado magistralmente por Paul Dano. Dano ofrece una actuación sorprendentemente sutil y compleja, transmitiendo el creciente terror y la angustia de un hombre atrapado en un bucle repetitivo de su propia muerte. Su mirada, a menudo desprovista de emociones, y su lenguaje corporal, minimalista pero cargado de significado, son elementos fundamentales para comprender la desesperación que lo consume. La película no se centra en explicar el “por qué” de este ciclo; simplemente nos presenta a un hombre que se enfrenta a una realidad brutal e imposible de comprender. Dano se enfoca en el proceso interno de Ian, en su lucha por aferrarse a fragmentos de memoria y en su gradual disolución de la identidad.
El guion, aunque aparentemente simple en su premisa, se revela a medida que avanza. La dirección de Johansson es impecable, utilizando una fotografía en blanco y negro que acentúa la frialdad y el desasosiego de la situación. Los espacios, a menudo vacíos y claustrofóbicos, reflejan el estado mental de Ian: oscuros, desolados y carentes de esperanza. Hay un uso deliberado de la música, en especial de piezas clásicas y electrónicas disonantes, que intensifica la sensación de incomodidad. La película no se da al lujo de explicar las reglas del bucle o los motivos detrás de él. La ambigüedad es intencional, forzándonos, como espectadores, a confrontar nuestra propia reflexión sobre la mortalidad y la búsqueda de un propósito.
Si bien la lentitud podría ser un problema para algunos, es precisamente esa deliberación lo que hace que la película sea tan efectiva. El ritmo pausado permite a los temas de la película - el miedo, la soledad, la pérdida de identidad - respirar y resonar. No es una película que necesita ser interpretada; simplemente es una experiencia visceral que nos provoca sentimientos profundos. Las muertes de Ian Stone no son solo muertes; son fragmentos de una vida que se desdibuja, un recordatorio inquietante de la fragilidad de nuestra existencia. El final, ambiguo y abierto a interpretaciones, añade otra capa de complejidad a esta narrativa tan sombría.
Nota: 8/10
