Las ocho montañas (2022)

“Las Ocho Montañas” no es solo una película; es una experiencia visceral que se instala en la memoria como el frío penetrante de la cordillera pirenaica. Esta película, dirigida con una sensibilidad palpable por Bruno de Buhr, se adentra en la esencia del arraigo, la pérdida y la búsqueda de un sentido en un lugar que parece exento de él. La historia de Pietro y Bruno, dos personajes separados por el tiempo y la procedencia, es una meditación sobre la conexión con la tierra y las heridas que el desarraigo puede infligir.

La dirección de Bruno de Buhr es magistral en su sencillez. No busca grandilocuencias ni efectos especiales que desvíen la atención del espectador. En cambio, se centra en los detalles, en la luz natural que se filtra entre las montañas, en los movimientos lentos y deliberados de los protagonistas, en la conversación pausada que recorre el paisaje. La película se mueve a un ritmo que, en algunos momentos, puede resultar lento para el espectador acostumbrado a narraciones más frenéticas, pero precisamente esa lentitud es crucial para crear la atmósfera contemplativa y sosegada que la película exige y merece. El uso del encuadre y la composición visual son excepcionales, capturando la belleza salvaje y desolada de los Pirineos como un personaje más de la trama.

Las actuaciones son particularmente notables. Alain Gossin, como Pietro, transmite con una fragilidad conmovedora la transformación de un chico de ciudad que busca respuestas en la naturaleza. Su evolución no es dramática, sino un proceso sutil y gradual, reflejando la sabiduría silenciosa de Bruno. Pero la actuación más destacada, sin duda, es la de Jacques Vermeersch como Bruno. Su presencia es imponente, no por su fuerza física, sino por la autoridad que irradia. Vermeersch logra comunicar una profunda tristeza y un apego inquebrantable a su montaña, con una mirada que revela una vida entera dedicada a ese pedazo de tierra. Las interacciones entre ambos personajes son el corazón de la película, cargadas de silencios significativos y de un respeto mutuo que trasciende el lenguaje.

El guion, coescrito por Bruno de Buhr y Gilles Marchal, es la clave del éxito de la película. Evita los clichés del melodrama y se centra en la construcción de personajes complejos y realistas. Las conversaciones entre Pietro y Bruno, a menudo sin un diálogo directo, son especialmente efectivas para transmitir emociones y pensamientos. La película no ofrece respuestas fáciles al espectador; en cambio, plantea preguntas sobre la identidad, la memoria y el propósito de la vida. La película, al no ofrecer explicaciones simplistas, obliga al espectador a participar activamente en la interpretación de la historia. La ambientación en una zona geográfica concreta es fundamental para el desarrollo de la trama y contribuye a la sensación de aislamiento y silencio que caracteriza la película.

“Las Ocho Montañas” es un filme elegante y melancólico, una meditación sobre la naturaleza humana y el poder del paisaje para transformarnos. No es un espectáculo visual deslumbrante, pero su fuerza reside en su autenticidad, en sus personajes entrañables y en su capacidad para provocar una reflexión profunda. Es una película que se queda contigo mucho después de que los créditos han terminado.

Nota: 8/10