“Las vidas posibles de Mr. Nobody” es una película que se aferra a la complejidad, la melancolía y la búsqueda de significado con una audacia poco común en el cine moderno. Reginaldo Taverna, el director, nos sumerge en un futuro distópico, pero no de la forma convencional que podríamos esperar. No se trata de una rebelión contra los titanes tecnológicos, sino de una exploración profundamente introspectiva sobre el arrepentimiento, la elección y el precio de la vida misma. El año 2092 es un paisaje opresivo, controlado por la omnipresente tecnología y la inmortalidad, y la figura de Nemo Nobody, un hombre de 120 años, se presenta como un anomalía, un recordatorio de lo efímero en un mundo que se ha negado a aceptar la muerte.
La película se articula en una serie de fragmentos que alternan entre la presente, donde Nemo lucha por sobrevivir, y sus memorias, que se revelan como distintas posibilidades de su vida. Esta estructura narrativa no es simplemente un truco estilístico; es la clave para la reflexión que el filme busca. Cada vida, cada relación, se presenta con una belleza agridulce, con un sentido del vacío que nace de la imposibilidad de elegir. La dirección de Taverna, con un uso meticuloso del color y la luz, crea atmósferas que oscilan entre el brillo artificial de la tecnología y la sombra del arrepentimiento. La película no se esfuerza por ofrecer respuestas fáciles, sino que se deleita en las preguntas difíciles: ¿qué harías si tu vida fuera diferente? ¿Es la felicidad un objetivo alcanzable, o solo un espejismo? La banda sonora de Alexandre Desplat complementa a la perfección esta atmósfera, añadiendo una capa de profundidad emocional.
Richard Eyre, en su dirección de la película, muestra una gran maestría en la construcción de personajes complejos y la creación de momentos de intensa emoción. El actor Jean Dujardin entrega una actuación absolutamente magnética como Nemo Nobody. Su presencia es fundamental para transmitir el peso de la vida vivida, la decepción y la persistente esperanza. El resto del elenco también destaca, aunque particularmente memorable es la interpretación de Tim Roth como el “otro” Nemo, un reflejo del hombre que podría haber sido si hubiese tomado un camino diferente. La química entre Dujardin y Roth es palpable, y sus interacciones son el corazón de la película.
El guion, adaptado de la novela homónima de Luc Besson, es un desafío narrativo que, a pesar de sus complejidades, se resuelve con una elegancia sorprendente. La película evita caer en melodramas fáciles, optando por un tono contemplativo y un ritmo pausado que permite al espectador sumergirse en la experiencia de Nemo. La novela, a veces densa, se ha adaptado con una fidelidad que no compromete la coherencia visual y emocional de la película. La película no proporciona respuestas definitivas, sino que se enfoca en la experiencia subjetiva de Nemo, en su búsqueda de significado a través de sus vidas. Es una película que se queda con el espectador mucho después de que los créditos finales han comenzado a rodar, invitándolo a reflexionar sobre sus propias decisiones y el valor del tiempo.
Nota: 8/10