“El Monje” (Le Monk) es, sin duda, una experiencia cinematográfica singular y perturbadora, una película que se instala en la mente del espectador como una maldición silenciosa. Daniel Alfredson, conocido por su meticulosidad y habilidad para tejer atmósferas densas, entrega una obra que se aparta del thriller convencional, adentrándose en una perturbadora exploración de la fe, la obsesión y la culpa. No es una película para todos los gustos, pero para aquellos dispuestos a sumergirse en su inquietante atmósfera, ofrece una reflexión profunda y, a la larga, ineludible.
La película se construye lentamente, casi con la paciencia de un monje, estableciendo un universo interno propio para el protagonista, Ambrosio (Vincent Cassel), un predicador fanático y atormentado. Cassel ofrece una actuación magistral, capaz de transmitir la intensidad de su fe, la vacuidad de su vida y la creciente locura que le consume. Su mirada, fría y calculadora, es el eje central de la película, una ventana a un alma que ha renunciado a todo, incluso a la humanidad. No se trata de un villano, sino de un hombre desolado, atrapado en una prisión interior que él mismo ha construido.
La dirección de Alfredson es impecable. No hay explosiones ni persecuciones, sino un ritmo deliberado que se basa en la tensión psicológica. Las escenas son largas, contemplativas y llenas de simbolismo. El uso de la luz y la sombra, especialmente en las catedrales y los claustrofóbicos pasillos del convento, crea una atmósfera opresiva y claustrofóbica que te envuelve y te hace sentir incómodo. La banda sonora, minimalista pero efectiva, contribuye a generar la sensación de inquietud y presagio.
El guion, co-escrito por Alfredson y Marcus Mumford, se basa en una premisa ingeniosa: un predicador, Ambrosio, que, en su infancia, fue abandonado a las puertas de un convento y criado por los Hermanos. La película no explica la razón de su abandono, ni justifica sus actos. Se centra en el presente, en la tarea que se le encomienda por el Alto Consejo: encontrar a un novicio, el Hermano Simone (Grégoire Lepers), que ha cometido una atrocidad. La trama es, en principio, simple, pero la película la transforma en un laberinto de sospechas, mentiras y revelaciones. La ambigüedad es intencional, y el espectador es constantemente puesto a prueba, incapaz de discernir la verdad de las acciones de Ambrosio, forzado a cuestionar la naturaleza del bien y el mal.
La película no ofrece respuestas fáciles. Es una obra abierta a la interpretación, y, en última instancia, es el espectador quien debe enfrentarse a las preguntas que plantea. “El Monje” es una película que permanece en la memoria mucho después de que los créditos finales se han desplegado, dejando una huella profunda y perturbadora. No es entretenimiento ligero, pero es un ejemplo brillante de cine atmosférico y psicológico. Es un trabajo de un director que, pese a su estilo, se mantiene firme en su visión artística.
Nota: 8.5/10