Leviathan (El Demonio Del Abismo) (1989)

“Leviathan (El Demonio del Abismo)” es, sin duda, una de las películas de terror subacuático más inquietantes y efectivas que he visto en los últimos años. La dirección de Thomas Kapranos y Ben van Niekerk consigue crear una atmósfera de claustrofobia y creciente desesperación que te atrapa desde los primeros minutos, un ejercicio de suspense psicológico y visual que supera con creces la simple premisa de un monstruo marino.

La película no se preocupa por explicar el origen del experimento genético, ni se anda con rodeos en la presentación del monstruo. En cambio, se centra en la lenta pero implacable transformación de los personajes, ofreciendo un horror mucho más personal y visceral. La fotografía es exquisita, utilizando la oscuridad y la luz azulada del agua para generar una sensación de inquietud constante. Cada toma es deliberadamente deliberada, jugando con la perspectiva y el espacio, amplificando la sensación de encierro y la amenaza inminente. El uso del sonido, con los constantes zumbidos de la maquinaria y el rugido ocasional del monstruo, es otro elemento clave para crear tensión y terror.

Las actuaciones son sobresalientes. El reparto, liderado por Paul Whitehouse, que interpreta al jefe de la base, ofrece interpretaciones sólidas y convincentes. Whitehouse, en particular, logra transmitir la desesperación y el miedo de su personaje de forma palpable. Los demás miembros del equipo, interpretados por un elenco variado, también hacen un buen trabajo, con especial mención a Alexendra Masterson como la joven bióloga marina, cuya transformación y horror son particularmente impactantes. Su evolución es lenta, pero devastadora, y es el corazón palpitante de la película.

El guion, escrito por Kapranos y van Niekerk, evita la explotación gratuita del gore y se concentra en la exploración de temas como la ambición científica desmedida, la pérdida de la humanidad y las consecuencias imprevistas de la intervención en la naturaleza. La trama se desarrolla de manera metódica y efectiva, manteniendo al espectador al borde del asiento sin recurrir a clichés del género. La película no ofrece respuestas fáciles, sino que plantea preguntas inquietantes sobre la ética de la ciencia y la fragilidad de la condición humana. El final, aunque no explícito, es una de las conclusiones más memorables que he visto en un thriller de terror. La película se atreve a dejar al espectador con la reflexión.

Nota: 8.5/10