Libertad para morir (1990)

“Libertad para morir” es, en esencia, un vehículo para Jean-Claude Van Damme, y en ese aspecto, la película cumple su cometido con notable soltura. El actor belga, que se ha mantenido relativamente en el ojo público en los últimos años, aquí demuestra su capacidad de acción y su innegable presencia física, entregando un protagonista carismático y, a pesar de su envejecimiento, muy convincente. Su personaje, el detective Marius Dévay, es un hombre marcado por el pasado, un veterano del ejército que, tras una experiencia traumática, se refugia en la cárcel de Harrison, no para servir a la ley, sino para colarse dentro de ella. Este giro inicial, con la premisa de que Dévay se infiltra en la prisión como si fuera un recluso más, es una idea intrigante que la película explora con una cierta dinamismo inicial.

Dirigida por Olivier Tremblay, la película se beneficia de un estilo visual que recuerda a las películas de acción de los 80 y 90, con un uso exagerado de la cámara lenta, planos dinámicos y secuencias de lucha coreografiadas con una intensidad que, para los amantes del género, resultará gratificante. Sin embargo, esa nostalgia puede ser tanto una fortaleza como una debilidad. La dirección, aunque visualmente atractiva, carece de una identidad propia y recurre a clichés habituales del género de acción, dejando un sabor a reciclaje más que a innovación. La banda sonora, aunque potente, también contribuye a ese sentido de familiaridad.

El guion es donde la película tropieza con mayor frecuencia. Si bien la premisa de la infiltración y el descubrimiento de una conspiración dentro de la cárcel es interesante, la ejecución es algo tosca. Los diálogos suelen ser poco naturales, y las subtramas, como las relaciones personales de Dévay, se sienten arrastradas y poco desarrolladas. La trama de la conspiración, que involucra tráfico de drogas y experimentos ilegales, se revela de manera abrupta y carece del ritmo narrativo necesario para mantener la tensión. Los personajes secundarios son, en su mayoría, unidimensionales y carecen de profundidad, actuando como meros obstáculos en el camino del protagonista.

Las escenas de lucha, coreografiadas por el propio Van Damme, son, como es de esperar, espectaculares y llenas de energía. El actor despliega su repertorio de movimientos acrobáticos y golpes contundentes, y las peleas son, en general, bien filmadas. Sin embargo, incluso en estas escenas, la falta de un guion sólido afecta la calidad. Las peleas se sienten a veces forzadas y carentes de una justificación lógica dentro de la trama. La tensión se pierde en la espectacularidad pura. A pesar de ello, Van Damme se mantiene como el corazón de la película, convirtiéndolo en el elemento salvavidas de una trama que, en gran medida, se desvía del camino correcto.

Nota: 6/10