L'imbalsamatore (2002)

“L’imbalsamatore” no es una película que se olvida fácilmente. Es una película que se instala en la memoria como un aroma persistente, una especie de almizcle de alta costura que te sigue después de haberla visto, provocando un ligero desasosiego y un inexplicable deseo de volver a experimentar su atmósfera única. Elisabetta Rocchetti, como Peppino, el taxidermista, ofrece una actuación imponente, desprovista de sentimentalismos fáciles y cargada de una profunda melancolía que se transmite al espectador. Su Peppino es un hombre construido sobre el silencio, en el que se ven reflejados años de aislamiento, de un oficio que le ha marginado y, aparentemente, también lo ha condenado a una soledad perpetua. No es un villano, ni un héroe; simplemente es un ser humano, un observador silencioso de la vida que transcurre a su alrededor, y la llegada de Valerio (interpretado magistralmente por Lina Bernardi) irrumpe en su mundo como un torbellino de juventud, deseo y ambición.

La película, dirigida con una maestría sorprendente por Ernesto Mahieux, se adentra en una narrativa donde el amor y el deseo se entrelazan con un subtexto de obsesión y secretos. La relación entre Peppino y Valerio no es un romance convencional; es un vínculo complejo, alimentado por la curiosidad, la admiración y una cierta atracción que se siente, más que se declara. La película no intenta justificar o romantizar su conexión; simplemente la presenta como un hecho, dejando al espectador con la capacidad de interpretar las motivaciones y los sentimientos de los personajes. La dirección de fotografía, con sus tonos grises y ocres, contribuye a crear un ambiente lúgubre y claustrofóbico, que refleja el aislamiento y la decadencia del personaje principal.

El guion, escrito con cuidado y sutileza, se beneficia enormemente de la interpretación de sus actores. La tensión entre los personajes está constantemente presente, alimentada por la llegada de Deborah, quien introduce un elemento de caos y rivalidad que complica aún más la dinámica. La película no rehuye los aspectos más oscuros de la naturaleza humana, explorando temas como la obsesión, el deseo prohibido y la búsqueda de la belleza en lugares inesperados. La forma en que se desarrolla el misterio central, aunque no radicalmente sorprendente, mantiene al espectador enganchado hasta el final, generando preguntas sobre el pasado de Peppino y las verdaderas intenciones de aquellos que lo rodean. No es una película que ofrezca respuestas fáciles, sino que invita a la reflexión sobre la complejidad de las relaciones humanas y el precio que podemos pagar por el deseo.

“L’imbalsamatore” es, en definitiva, una película que se erige como un objeto de belleza perturbadora. Su estética, su atmósfera y las interpretaciones de sus actores se combinan para crear una experiencia cinematográfica inolvidable. Es una película que merece ser vista, no por su trama convencional, sino por la manera en que explora la oscuridad que se esconde bajo la superficie de la aparente normalidad. Es un hito, una pequeña joya del cine italiano que exige una experiencia de visionado cuidadosa y contemplativa.

Nota: 8.5/10