Llega un jinete libre y salvaje (1978)

“Llega un jinete libre y salvaje” (The Rider) no es una película que te entretenga con un guion repleto de acción o efectos especiales. Es, en cambio, una obra visceral y profundamente conmovedora que nos sumerge en la vida de los vaqueros de trabajo en el corazón de Wyoming, en un mundo a punto de desaparecer. Chloé Zhao, en su debut cinematográfico, consigue plasmar una realidad cruda y a menudo ignorada, con una sensibilidad y un respeto que van más allá de la simple documentación. La película no busca glorificar el oficio del vaquero, sino mostrarlo en toda su dureza y la pérdida que conlleva.

La dirección de Zhao es magistral. Se aleja de la estética grandilocuente, optando por planos largos, movimientos de cámara suaves y una paleta de colores que se funde con el paisaje. La película se beneficia enormemente de la belleza natural del escenario, pero más aún de la forma en que Zhao lo usa para subrayar el aislamiento y la vulnerabilidad de los protagonistas. La película respirar, y este ritmo pausado es fundamental para transmitir la sensación de una vida sencilla, pero también de una realidad precaria. No hay diálogos innecesarios, la historia se revela a través de la puesta en escena y las miradas. La banda sonora, compuesta por Justin Trapé, refuerza la atmósfera de melancolía y conexión con la naturaleza.

Las actuaciones son excepcionales. Tim Riggins, interpretado por Steve Zahn, entrega un papel conmovedor como un vaquero de trabajo que lucha con la pérdida de su padre y la dificultad de reinventarse. La actuación de Nicholas Hoult como Brady, un joven que regresa a la granja para aprender el oficio antes de decidir si quiere continuar, es sutil y auténtica, capturando la incertidumbre y la búsqueda de identidad de la juventud. Sin embargo, es Harrison Ford quien, con su papel de Gus, el viejo vaquero que supervisa la granja, se lleva la palma. Ford ofrece una interpretación poderosa y silenciosa, transmitiendo la sabiduría de una vida dedicada a la tierra y la comprensión de la pérdida. Su presencia es imponente, no solo por su figura, sino por la mirada llena de dolor que proyecta. Es una actuación breve, pero de gran impacto emocional.

El guion, aunque aparentemente simple, es sorprendentemente rico en matices. No se centra en el conflicto externo, sino en la lucha interna de los personajes, sus recuerdos, sus miedos y sus deseos. La película explora temas como la identidad, la tradición, la pérdida, la salud mental y la conexión con la naturaleza. Además, plantea preguntas sobre el futuro de una profesión en declive y el impacto de la modernidad en una comunidad rural. La película no da respuestas fáciles, sino que invita a la reflexión. Es una película que se queda contigo, que te provoca un sentimiento de melancolía y admiración por la vida sencilla que se está perdiendo.

Nota: 8.5/10