Lo que arde con el fuego (2018)

“Lo que arde con el fuego” es, ante todo, una película sobre el silencio. No el silencioso de la resignación, sino el denso, pesado silencio que se instala en el alma cuando las palabras fallan para describir el dolor. Basada en la novela homónima de Richard Ford, la película, dirigida por Todd Haynes, no intenta dar respuestas fáciles ni ofrecer un melodrama convencional. En cambio, se sumerge en la desconexión emocional de un niño, Philip, que presencia el lento y doloroso desmoronamiento de su matrimonio en el árido paisaje de Montana, en los años 60. Haynes logra construir una atmósfera opresiva, donde la belleza del paisaje desolado contrasta brutalmente con el desgarro emocional de la familia.

La película se centra casi exclusivamente en la mirada infantil de Philip, interpretada con una sutileza asombrosa por Lucas Hedges. Su actuación es simplemente magistral. Hedges no recita, no dramatiza. En cambio, comunica una profunda incomodidad, una intuición palpable sobre el caos que lo rodea. Vemos la tristeza, la confusión y la impotencia a través de sus gestos, sus miradas y, sobre todo, su silencio. La dirección de arte y la fotografía son excepcionales, utilizando colores apagados, la luz filtrada por el polvo y las sombras para reflejar la melancolía y el aislamiento. Haynes no recurre a la violencia ni a los diálogos grandilocuentes. El drama se construye a través de pequeños detalles, de conversaciones breves y fragmentadas, de miradas que dicen más que mil palabras. Es una forma de narración que exige la atención del espectador, que lo invita a llenar los espacios vacíos con su propia interpretación.

El guion, adaptado con gran fidelidad a la novela, es notable por su economía. Las palabras se utilizan con parsimonia, y la historia avanza a través de la observación paciente y detallada de la vida cotidiana de la familia. La relación entre los padres, interpretados por Frances McDormand y Steve Buscemi, es sutil y compleja. No se trata de una ruptura repentina y espectacular, sino de un proceso gradual de desapego, de silencios incómodos y miradas evitadas. La dinámica entre ambos personajes se revela con una precisión inquietante, transmitiendo la sensación de que la distancia ya se ha instalado profundamente entre ellos. McDormand, como siempre, entrega una actuación contenida y devastadora, mientras que Buscemi aporta una calma inquietante que subraya la sensación de vacío.

“Lo que arde con el fuego” no es una película fácil de ver, pero es una experiencia cinematográfica profundamente resonante. Es una meditación sobre el dolor, la memoria y la dificultad de comunicarse. Es un retrato del silenciamiento, la pérdida de la conexión y la persistencia de las cicatrices emocionales. Una película que, después de verla, te deja con una sensación de incomodidad y una profunda reflexión sobre la fragilidad de las relaciones humanas.

Nota: 8/10