Lo que queda del día (1993)

“Lo que queda del día” (1946) no es solo una película; es una reflexión melancólica sobre la decadencia de la nobleza británica y la lenta erosión de los valores en medio de una tormenta política. Dirigida con maestría por Carol Reed, la película se erige como un estudio sutil y profundamente humano de la desilusión y la inevitable pérdida. La cinta, basada en la novela de Nevil Shute, se centra en la relación inestable entre Stevens, un mayordomo impecable y excepcionalmente reservado interpretado con una reserva glacial pero palpable por Laurence Olivier, y la señorita Kenton, personificada con una vitalidad cautivadora por Vivien Leigh. Reed construye la atmósfera con una precisión meticulosa; cada escena, desde la imponente mansión de Darlington hasta los sombríos paseos por las afueras, evoca una sensación de opresión y la inminente amenaza de un futuro incierto.

La película se mueve con una lentitud deliberada que, lejos de ser una debilidad, resulta ser su mayor fortaleza. No se apresura a revelar sus verdaderas intenciones, permitiendo que la tensión se acumule gradualmente. La dirección de Reed es excepcionalmente efectiva en la construcción de la atmósfera, utilizando la luz y la sombra, el sonido y la composición de los planos para reforzar la sensación de desasosiego. El blanco y negro, en particular, contribuye a la elegancia formal y a la sensación de que la belleza y la decadencia coexisten en un equilibrio precario.

Las actuaciones son, sencillamente, magistrales. Olivier ofrece una interpretación de Stevens que va más allá de la simple profesionalidad. Su mayordomo es un hombre atormentado por su propia moralidad, incapaz de comprometerse con un sistema que considera corrupto. Su silencio, su gravedad y su mirada penetrante son más expresivos que muchas palabras. Leigh, por su parte, equilibra con éxito la rebeldía y el deseo de escapar con la vulnerabilidad y la búsqueda de conexión. La química entre ambos actores es palpable, un juego de miradas y silencios que sugiere un amor imposible, un deseo reprimido por el miedo y la resignación.

El guion, adaptado de la novela, es inteligente y evocador. La trama, aunque aparentemente sencilla, explora temas complejos como la lealtad, la traición, la hipocresía y el impacto de la guerra en la sociedad. El diálogo es preciso y realista, reflejando la cortesía y el protocolo de la época, pero también revelando las dudas y los miedos de los personajes. Lo que Reed logra, a través de este guion, es mostrar cómo la política y las ambiciones individuales pueden destruir la dignidad humana y las relaciones personales. La película no ofrece soluciones fáciles ni juicios morales simplistas; simplemente presenta una situación y deja al espectador con la tarea de reflexionar sobre las consecuencias de las decisiones tomadas.

Nota: 8.5/10