Los amores de Anaïs (2021)

“Los amores de Anaïs” no es la comedia romántica convencional, ni un melodrama excesivamente sentimental. Es, en su lugar, una pequeña joya cinematográfica que construye sus historias alrededor de la complejidad y el embrollo de la atracción, la ambigüedad y el deseo no correspondido. La película, dirigida con sensibilidad por Sofía Ramírez, logra un tono que oscila entre la melancolía y el humor sutil, y si bien la premisa –una mujer en su treintañera atrapada entre dos hombres enamorados– podría sentirse predecible, Ramírez logra que la historia se sienta fresca y particularmente personal.

El guion, a cargo de Carlos Mendoza, se basa en un diálogo natural y realista, lejos de los clichés del género. Se centra en la dinámica de los personajes, explorando sus miedos, inseguridades y anhelos. La película no busca justificaciones ni explicaciones, sino que se contenta en mostrar las consecuencias de las decisiones y la vulnerabilidad inherente a cualquier relación. La escritura se beneficia de la lentitud del ritmo, permitiendo que el espectador se sumerja en los pensamientos y sentimientos de Anaïs, y que comprenda, sin necesidad de ser contado, por qué ella se encuentra en esa situación incómoda pero intrigante.

Las interpretaciones son, sin duda, uno de los mayores aciertos de la película. Valeria Sánchez, como Anaïs, ofrece una actuación magistral. Su personaje no es perfecto, es a la vez insegura, frustrada y, a pesar de todo, sorprendentemente resiliente. Sánchez transmite la incertidumbre con una sutileza que es conmovedora, logrando que empatices con su confusión y sus decisiones. Daniel, interpretado por Javier Romero, aporta una calma y un encanto que contrasta con la vivacidad de Anaïs, creando una dinámica de tensión palpable en la pantalla. Sin embargo, es Émilie, personificada por Lucía Martínez, quien realmente roba el protagonismo. Su interpretación es sutilmente encantadora, mostrando una vulnerabilidad y una ambición disfrazada que hacen que su personaje sea, paradójicamente, tanto atractivo como amenazante.

La dirección de Sofía Ramírez es elegante y discreta. Evita el melodrama y se centra en la construcción de atmósferas, utilizando la fotografía de Paula Martínez para crear un ambiente onírico y melancólico. La música, también, juega un papel importante, complementando la atmósfera y acentuando las emociones de los personajes. La película se mueve con una fluidez que permite al espectador disfrutar de cada momento, aunque, confieso, su ritmo pausado podría no ser del gusto de todos. Sin embargo, la sensación general es de un cine que valora la profundidad y la reflexión sobre las complejidades del amor y el deseo, más allá de la trama convencional.

Nota: 7.5/10