“Los del túnel” no es una película que te engancha desde el principio con un despliegue visual grandioso o un melodrama estridente. Es una película lenta, reflexiva y, sobre todo, profundamente humana. Se centra en la transición, en el lento y doloroso proceso de reconstrucción personal y social tras una experiencia traumática colectiva: la supervivencia a un desastre y el posterior rescate. La película de la directora Cary Joji Fukunaga, adaptada de un relato corto de Jean-Michel Chartier, se aleja de la espectacularización del drama y se sumerge en la psicología de sus personajes, explorando cómo un evento extremo puede desenterrar heridas ocultas y cambiar irrevocablemente la forma en que uno ve el mundo y a los demás.
La dirección de Fukunaga es magistral en su economía de recursos. No necesita grandes efectos especiales ni diálogos recargados para transmitir la atmósfera claustrofóbica del túnel, o la sensación de desorientación y vulnerabilidad que experimentan los protagonistas. El uso de la luz, el sonido y la composición de planos son elementos que contribuyen a crear una atmósfera opresiva y realista, sin caer en el excesivo melodrama. La película se beneficia enormemente del formato de "film en film", con la perspectiva cambiando entre diferentes personajes, permitiendo al espectador conocer sus miedos, sus expectativas y sus secretos. Esta estrategia narrativa, aunque al principio puede resultar confusa, eventualmente se revela como un instrumento efectivo para construir la complejidad de las relaciones entre los supervivientes.
Las actuaciones son sobresalientes. El reparto es compacto, pero cada actor aporta una profundidad y un matiz a su personaje. Joaquin Bardem, en particular, ofrece una interpretación particularmente conmovedora como el pastor, un hombre que intenta reconciliar su fe con su propia desesperación. Pero no son solo los actores principales los que brillan. Cada miembro del grupo – un médico, un arquitecto, una pareja en crisis, un escritor en busca de inspiración – se siente auténtico y real, con sus virtudes y sus defectos. La película no juzga a sus personajes; simplemente les presenta como seres humanos luchando por encontrar un nuevo sentido a sus vidas.
El guion, adaptado de un relato original, es inteligente y evocador. La película no se centra en la investigación de la causa del desastre, sino en las consecuencias emocionales y psicológicas de la experiencia. El grupo, al establecer la tradición de reunirse cada viernes, busca crear un nuevo ritual que les permita superar el trauma. Sin embargo, esta iniciativa se convierte en un espejo de sus conflictos internos, revelando la fragilidad de sus vínculos y la dificultad de reconstruir la confianza. La película plantea preguntas sobre la naturaleza de la amistad, el perdón y la búsqueda de la felicidad en un mundo marcado por la incertidumbre. La ambigüedad moral y la falta de respuestas definitivas son, en mi opinión, uno de los puntos fuertes de la obra.
En definitiva, “Los del túnel” es una película hermosa y perturbadora, que te acompañará mucho después de que terminen los créditos. Es una meditación sobre la condición humana, sobre la capacidad de resiliencia y sobre la importancia de conectar con los demás. No es una película fácil de ver, pero es una experiencia cinematográfica valiosa y memorable.
Nota: 8/10