Los demonios (1971)

“Los Demonios” (The Devils) es, sin lugar a dudas, una obra cinematográfica que se instala en la memoria con una fuerza inquietante y un simbolismo profundo. Regía por el visionario Ridley Scott, la película no es una simple recreación de un suceso histórico, sino un análisis inquietante de la fe, la superstición, la hipocresía y la fragilidad humana en el contexto de la Francia del siglo XVII. Scott, como siempre, construye una atmósfera de opresión, de tensión palpable que se siente desde los primeros minutos y que no cede en ningún momento. La paleta de colores, predominantemente ocres y grises, contribuye a la sensación de desolación y decadencia moral.

La historia, inspirada en los eventos ocurridos en el convento de Laudun, narra la llegada del Padre Bernardo, un clérigo cuya presencia desata una serie de fenómenos que la comunidad religiosa interpreta como posesiones demoníacas. Scott no se precipita a justificar o refutar la supuesta posesión. En cambio, nos presenta un microcosmos social donde el miedo y la duda se propagan rápidamente, alimentados por la paranoia y las interpretaciones erróneas. El guion, obra de Paul Schrader, es una joya. No rehuye la oscuridad y la ambigüedad, permitiendo que el espectador forme sus propias conclusiones. El ritmo es deliberadamente lento y reflexivo, dejando que la tensión se acumule gradualmente. Se presta mucha atención a los detalles, desde la arquitectura opulenta del convento hasta las minuciosas vestimentas de los personajes, todo contribuye a la inmersión en la época.

Las actuaciones son excepcionales. Max von Sydow, en el papel del Padre Bernardo, ofrece una interpretación magistral. Su personaje es un hombre atormentado por sus propios demonios internos, un hombre que se convierte en un catalizador del pánico. Jon Donley, como el joven y obstinado Juste Reynaux, ofrece una actuación igualmente destacada, representando la inocencia y la lucha por la justicia en un entorno corrompido. Sin embargo, es el reparto de personajes secundarios, con actores como Jürgen Prochnow y James Fox, los que realmente encogen la piel con sus interpretaciones creíbles y perturbadoras.

La película no se limita a ser un thriller de posesiones demoníacas. Es una crítica social mordaz al fanatismo religioso, la histeria colectiva y la manipulación. El uso del simbolismo es recurrente y profundo. La iluminación, la música y la fotografía convergen para crear una experiencia visualmente impactante y emocionalmente resonante. Scott demuestra una maestría en la dirección artística, utilizando elementos visuales para intensificar la atmósfera de terror y desasosiego. El final, deliberadamente abierto a la interpretación, es una de las claves para entender la complejidad de la historia y la ambigüedad moral que la envuelve. La película, por lo tanto, es mucho más que el simple relato de una posesión; es un reflejo del alma humana, con sus luces y sus sombras, sus certezas y sus dudas.

Nota: 8.5/10