“Los dioses deben estar locos” (Lost Gods) es una película que, a primera vista, parece una sencilla fábula sobre la introducción de la modernidad a una comunidad aislada. Sin embargo, tras una primera hora de deliberada contemplación, se revela un ejercicio de metatexto cinematográfico inquietante y, francamente, desconcertante. La dirección de Xavier de los Santos es precisa, casi obsesiva, en su enfoque en la belleza salvaje del entorno africano, capturando con una paleta de colores vibrantes y una cinematografía impresionante la tranquilidad y la rutina del pueblo Bushman. La lente de la cámara parece estudiarlos, analizarlos, como si la película misma fuera una especie de observador silencioso. Sin embargo, esta meticulosa observación no se traduce siempre en una narración que avanza con soltura.
El guion, escrito por de los Santos y adaptado de un relato breve, se basa en un concepto central muy interesante: el impacto de un objeto moderno –una botella de Coca-Cola– como catalizador de la disrupción y el conflicto. El problema reside en que la película se toma demasiado tiempo en desarrollar el “por qué”. Se diluye la tensión inicial, perdiendo la fuerza que se genera al principio. La introducción del conflicto es lenta, casi glacial, y, si bien la ambigüedad es una herramienta valiosa, en este caso termina por alienar al espectador. El ritmo pausado, aunque necesario para apreciar la belleza visual, sacrifica la narración, dejando algunas preguntas sin respuesta y algunas subtramas inconclusas.
La actuación de Daniel Nkosi como Xi es notable. Su interpretación transmite la inocencia y la curiosidad del personaje con una sutileza que resulta efectiva. La mirada de Nkosi, a menudo llena de asombro o confusión, es la que realmente otorga humanidad a la historia. Sin embargo, el resto del reparto, integrado principalmente por actores locales, no alcanza la misma profundidad. Aunque sus interpretaciones son honestas y naturales, carecen de la química necesaria para generar una conexión emocional fuerte con el público. Se percibe una cierta distancia, como si el guion no les brindara las herramientas necesarias para explorar las complejidades de sus personajes.
La película es, en definitiva, un experimento cinematográfico más que una narración convencional. La intención de de los Santos, sin duda, es provocar reflexión sobre la naturaleza del progreso, la pérdida de la inocencia y la fragilidad de las culturas tradicionales ante la globalización. No obstante, la ejecución no siempre logra materializar esa ambición. Si bien la estética visual es impecable y la premisa intrigante, el guion y el ritmo necesitan pulirse para que la película llegue a su potencial. El efecto final es un poco vacío, un ejercicio de estilo más que una historia que realmente resuene. La banda sonora, aunque evocadora, también contribuye a esta sensación de desasosiego, subrayando la incomodidad que la película genera. Es un filme que te quedará dando vueltas en la cabeza, pero no necesariamente por las razones que uno esperaría.
Nota: 6/10