Los inmortales III: El hechicero (1994)

“Los Inmortales III: El Hechicero” es una producción que, lamentablemente, se siente como un intento desesperado de revivir el espíritu original de la saga con una estética que, en última instancia, no logra alcanzar. Tras el éxito de las dos entregas anteriores, la película intenta retornar a las raíces del género de acción oriental, pero el resultado es una mezcla confusa de elementos que no se integran de forma satisfactoria.

La trama, centrada en la búsqueda de MacLeod por un maestro de magia en el Japón feudal, es la debilidad principal de la película. La premisa, en sí misma, tiene potencial, pero la ejecución carece de la profundidad y la complejidad que podrían haber elevado la historia. El salto temporal a los años 90, aunque introduce un elemento de modernidad, se siente forzado y no contribuye significativamente al desarrollo de la narrativa. La justificación de este cambio temporal resulta lógica pero, en el contexto de la película, se siente más como una excusa para mostrar escenas de acción con efectos especiales llamativos, que, en general, son bastante mediocres.

Dirigida por Gary McKinnon, la película visualmente es un caos. Si bien se intenta emular la estética de Akira Kurosawa, los colores son saturados y la fotografía carece de la sutileza y el realismo que caracterizan la obra maestra japonesa. Las escenas de acción, aunque abundantes, se ven sobreproducidas, con coreografías artificiosas y movimientos exagerados. Hay una clara preferencia por la cantidad sobre la calidad, lo que disminuye el impacto visual y la inmersión del espectador.

Las actuaciones son bastante desiguales. Robert Carlyle continúa interpretando a MacLeod con su característico aire melancólico y su pragmatismo. Sin embargo, la película no le ofrece un papel suficientemente complejo para que pueda mostrar una mayor profundidad emocional. Además, la aparición de nuevos personajes, principalmente de soporte, no están bien definidos ni desarrollados, lo que dificulta su conexión con la audiencia. Se intenta incorporar un elemento de humor, pero las bromas son forzadas y no logran aportar un alivio genuino a la atmósfera general.

El guion presenta numerosos problemas de ritmo y coherencia. El desarrollo de la relación entre MacLeod y el hechicero (interpretado de forma breve pero efectiva por Bill Nighy) es poco explorado, y la resolución final de la trama se siente apresurada y poco satisfactoria. La película parece tratar de abordar demasiados temas a la vez: el honor, la lealtad, el sacrificio, la venganza... sin profundizar en ninguno de ellos. El resultado es una mezcla desordenada de ideas que no logran crear una experiencia cinematográfica coherente.

En definitiva, “Los Inmortales III: El Hechicero” es una decepción. Una película que aspira a ser un homenaje al género de acción oriental, pero que termina siendo un producto comercial descarado, con efectos especiales espectaculares pero carente de sustancia y profundidad. Una oportunidad perdida para revitalizar una saga con un gran potencial.

Nota: 5/10