“Los Libros de Próspero” es una película que se entrega a la espectadora como un tesoro escondido, esperando a ser descubierto y apreciado con paciencia y atención. Dirigida por Fernando Méndez Larrea, la obra no solo presenta una adaptación visualmente impactante del famoso cuento de Shakespeare, sino que también se atreve a profundizar en la psicología de sus personajes, ofreciendo una perspectiva menos centrada en la venganza y más enfocada en el trauma, el crecimiento personal y la búsqueda de la identidad.
La fotografía de Miguel Pinzón es, sin duda, uno de los pilares fundamentales de la película. El encanto primordial de la isla, con sus exuberantes vegetaciones, sus aguas cristalinas y su luz difusa, se traduce en una paleta de colores vibrantes que contrastan con la sombría atmósfera que envuelve a los protagonistas. El uso de la luz y la sombra es magistral, reflejando los estados emocionales de cada personaje y creando una atmósfera de misterio y melancolía. Sin embargo, la belleza natural de la isla, aunque hermosa, también sirve como una metáfora del aislamiento y la prisión mental de Próspero.
El reparto es excepcional. Douglas Booth ofrece una actuación particularmente convincente como Próspero. Evita caer en la caricatura del vengativo, dando lugar a un retrato complejo y desgarrador de un hombre que ha perdido todo y que lucha por reconstruir su vida y su legado. Barry Keoghan como Caliban es igualmente cautivador; su Caliban no es el monstruo primitivo que se suele imaginar, sino un ser profundamente inteligente y atormentado, producto de un abandono y una marginación que han marcado su existencia. Emma Watson, por su parte, equilibra la inocencia y la vulnerabilidad de Miranda con una fuerza interior que la convierte en una figura central en la narrativa. La química entre Watson y Booth es palpable, dando vida a un romance que no se siente forzado, sino que surge naturalmente de la necesidad de compañía y comprensión.
El guion, adaptado a partir del "Ay, dulce y piadosa Muerte" de Shakespeare, es inteligente y, a veces, deliberadamente lento. Méndez Larrea se toma su tiempo para desarrollar la historia, permitiendo que el espectador se sumerja en el universo de la isla y en las complejidades de las relaciones entre los personajes. Aunque el ritmo pausado puede resultar un obstáculo para algunos, contribuye a la atmósfera introspectiva y a la exploración psicológica que caracteriza a la película. La película es capaz de explorar temas como la colonización, la memoria, el poder de las palabras y la naturaleza de la realidad. La reinterpretación de Shakespeare se siente fresca y actual, sin perder la esencia del original, sino enriqueciéndola con una sensibilidad moderna.
La banda sonora de Max Richter complementa a la perfección la estética visual y emocional de la película, creando una atmósfera de ensueño y melancolía. No obstante, la película no intenta responder a todas las preguntas que plantea; en cambio, deja la interpretación al espectador, invitándolo a reflexionar sobre el significado de su propia vida y el impacto de nuestras acciones.
Nota: 8/10