Los misteriosos asesinatos de Limehouse (2016)

“Los misteriosos asesinatos de Limehouse” es una película que se aferra con tenacidad a su premisa, aunque no siempre logra ejecutarla con la perfección que merecía. Dirigida con una atmósfera de pesadilla gótica, la cinta se ancla en el Londres de 1880, un entorno que se siente palpablemente real y opresivo, un caldo de cultivo perfecto para la paranoia y el miedo. La cinematografía de Nicolas Waisman, responsable de títulos como “El experimento de Arnal” y “El hombre que quería ser rey”, logra capturar con maestría las calles empedradas y las luces tenues de Limehouse, creando un ambiente claustrofóbico y casi tangible. Los planos largos, contemplativos y las sombras amenazantes son elementos recurrentes que contribuyen enormemente a la sensación de inquietud que la película genera desde el principio.

La trama, centrada en la investigación del detective Kildare (interpretado por Steven Berkoff) ante una serie de asesinatos brutales y aparentemente sobrenaturales, se construye con una lentitud deliberada. Esta estrategia, que podría resultar tediosa para algunos, es fundamental para establecer el tono y la atmósfera de la película. Kildare, un personaje duro, pragmático y profundamente cínico, se enfrenta a un caso que desafía sus principios y lo obliga a cuestionar sus propias creencias. Berkoff ofrece una actuación convincente, transmitiendo la desesperación y la frustración de un hombre atrapado en un laberinto de misterio y sospechas. Sin embargo, el guion, a pesar de su cuidadosa construcción, presenta algunas inconsistencias y momentos de confusión. La introducción de elementos fantásticos, como la posible existencia del Golem, no siempre se integra de manera fluida en la narrativa, y la resolución final, aunque satisfactoria en su forma, podría considerarse algo apresurada.

La película se beneficia notablemente de las actuaciones secundarias. El reparto ofrece un buen trabajo, aportando matices a los personajes y enriqueciendo la complejidad de la historia. Eleri Davies como la joven y misteriosa Molly, por ejemplo, se convierte en un punto de interés desde el principio, aportando una dosis de vulnerabilidad y desesperación a la trama. Sin embargo, el guion no profundiza lo suficiente en sus motivaciones, limitando su impacto emocional. El diseño de producción es notable, recreando con fidelidad la atmósfera y las costumbres de la época, mientras que la banda sonora, minimalista y sugerente, se integra perfectamente en la narrativa, reforzando la sensación de inquietud y misterio. La película no busca ser un thriller convencional; más bien, se presenta como una exploración del miedo, la superstición y la fragilidad humana en un entorno social y moralmente corrupto. La película, a pesar de sus fallos, invita a la reflexión y deja una huella imborrable en el espectador.

Nota: 6.5/10