Los monstruos invaden la Tierra (1965)

“Los Monstruos Invierten la Tierra” (1957) es una película de ciencia ficción temprana que, paradójicamente, se siente sorprendentemente relevante incluso hoy en día. No es una obra maestra en el sentido tradicional, pero sí un documento fascinante sobre los miedos y las esperanzas que la ciencia ficción temprana proyectaba sobre el futuro de la humanidad y nuestro lugar en el cosmos. La película, dirigida por Gene Freid, se basa en una premisa simple pero poderosa: la búsqueda de vida en otros planetas y la inevitable confrontación con lo desconocido. La forma en que se aborda esa confrontación, sin embargo, es donde realmente destaca.

La historia, en su núcleo, es una aventura espacial claustrofóbica y un estudio de la soledad. La tripulación, compuesta por el capitán estadounidense Tom Norris (Richard Carlson) y el ingeniero japonés Kenaro (Akira Yamashita), se enfrentan a una situación desesperada. El descubrimiento del Planeta X y sus habitantes, los X-iens, es un acto de coraje, una búsqueda de conexión en un universo que parece vasto e indiferente. Freid utiliza eficazmente la escala del espacio para generar una sensación de aislamiento y vulnerabilidad. La película no se centra en la acción explosiva, sino en la tensión psicológica que surge de la inminente amenaza. La atmósfera es densa, marcada por la oscuridad del espacio y el sonido inquietante de las comunicaciones intermitentes.

En cuanto a las actuaciones, Richard Carlson y Akira Yamashita logran transmitir con éxito la mezcla de esperanza y desesperación que sienten sus personajes. El papel de Yamashita, en particular, es crucial para la narrativa, proporcionando una perspectiva cultural diferente a la de Norris. El choque cultural entre los dos astronautas se interpreta con sutileza, evitando estereotipos y enfocándose en la comprensión mutua. La dirección de Freid se centra en la expresión facial y el lenguaje corporal, comunicando las emociones de los personajes sin necesidad de diálogos extensos.

Sin embargo, el guion, escrito por Ray Bradbury y productor Monte Hale, exhibe algunas de las limitaciones inherentes a las producciones de ciencia ficción de esa época. Si bien la idea de un planeta subterráneo habitado por una civilización que se protege de una monstruosidad apocalíptica es intrigante, el desarrollo de los X-iens es un poco superficial. Se nos presentan con su cultura y su organización de una manera rápida y a veces poco convincente. Además, la resolución final, con la eventual destrucción de Monster Zero, es un tanto abrupta e idealizada. Es un final que respeta la moral de la época, sin explorar las consecuencias a largo plazo para los X-iens o para la humanidad. A pesar de estas limitaciones, la película es un hito importante en el género, pues influyó en incontables películas posteriores, y mantiene su valor como un testimonio del miedo y la imaginación que caracterizaron la era espacial inicial.

Nota: 7/10