“Los niños de Winton” es un hito cinematográfico, no tanto por su espectacularidad visual –aunque la película consigue un ambiente melancólico y evocador–, sino por la profunda resonancia emocional que despierta. Esta película, dirigida con sensibilidad por Christian Carion, no es un drama bélico convencional, sino una historia íntima y desgarradora sobre la valentía silenciosa de un hombre, Nicholas Winton, y el impacto duradero de sus acciones. La película se centra en la decisión de Winton, interpretado magistralmente por Anthony Hopkins, de poner en marcha una operación clandestina para llevar a más de 600 niños judíos de Checoslovaquia a Inglaterra en los últimos días antes de la Segunda Guerra Mundial.
Hopkins, en un papel que exige una profundidad emocional impresionante, ofrece una interpretación sutil y creíble. No recurre a grandilocuencias, sino que construye lentamente el personaje, mostrando la carga de la responsabilidad y el peso de la culpa que atormenta a Winton. Su mirada, a menudo perdida en el recuerdo, transmite la intensidad de sus emociones sin necesidad de diálogos excesivos. Helena Bonham Carter, como la madre de Winton, aporta una elegancia y una fuerza interior que complementan a la perfección la actuación de Hopkins. La química entre ambos actores es palpable y contribuye a la intensidad emocional de la película.
El guion, adaptado de un libro de Deborah Shor y Guy Watson, es considerablemente delicado. Evita caer en la melodramatización, centrándose en la humanidad de los personajes y en el contexto histórico, sin simplificar la complejidad de la situación. Se presta especial atención al proceso de evacuación, mostrando los desafíos logísticos y las incertidumbres que enfrentaban tanto los niños como los voluntarios. Sin embargo, la película no se limita a narrar los hechos; explora el trauma emocional que Winton experimenta tras la evacuación y las secuelas de su acción, incluyendo el recuerdo constante de aquellos niños que no pudo salvar. El uso de flashbacks, aunque ocasional, es efectivo para ilustrar el pasado y profundizar en la psique de Winton.
La dirección de Christian Carion es notablemente atmosférica. La película se desarrolla principalmente en Yorkshire, un paisaje rural británico que contrasta con la agitación de la guerra y que sirve como un refugio para los niños rescatados. La paleta de colores es suave y apagada, lo que refuerza la sensación de melancolía y pérdida. El ritmo es pausado, permitiendo que la tensión emocional se acumule gradualmente, culminando en una escena final impactante que confronta al espectador con la magnitud del sacrificio de Winton. “Los niños de Winton” es, en última instancia, una oda a la compasión humana y un recordatorio conmovedor del poder de un solo individuo para marcar la diferencia, incluso frente a la adversidad más abrumadora. Es una película que te acompañará mucho después de que los créditos finales hayan pasado.
Nota: 8/10