Los osos y yo (1974)

“Los osos y yo” (1982) no es, como muchos podrían pensar, un documental sobre la vida salvaje. Es una meditación conmovedora y sorprendentemente profunda sobre el aislamiento, la responsabilidad y la conexión humana, envuelta en un drama rural con un toque de conflicto ambiental. La película, dirigida por Michael Mann, no busca provocar o asustar, sino más bien, convocar una resonancia emocional en el espectador, invitándolo a confrontar sus propios valores y a cuestionar la facilidad con la que se impone el progreso sobre la naturaleza y las comunidades que la habitan.

La dirección de Mann es, en su primera incursión en el cine, notablemente controlada y precisa. Evita la grandilocuencia, optando por un estilo visual sencillo pero efectivo. La fotografía de Allen Chase es esencial para el tono de la película: tonos terrosos y apagados que reflejan el aislamiento del protagonista y la belleza salvaje del entorno. Mann utiliza el paisaje como un personaje más, que respira y que, a su vez, influye en el estado de ánimo del protagonista. El ritmo pausado, a veces incluso deliberadamente lento, permite que la historia se desenvuelva de manera orgánica, permitiendo que la tensión emocional se acumule gradualmente. Esto no significa que sea una película rápida, pero sí una película que requiere paciencia y que, a cambio, recompensa al espectador con una experiencia introspectiva.

La actuación de Daniel Day-Lewis es, sencillamente, magistral. Day-Lewis se sumerge por completo en el personaje de Bob Leslie, un veterano marcado por la guerra y atormentado por su pasado. Su interpretación es un ejercicio de sutileza y observación. No es un hombre que hable mucho, pero su presencia física y sus gestos revelan una profunda tristeza y un sentido de incomunicación. Se aprecia en cada pequeño detalle, desde la forma en que maneja la cabaña hasta la manera en que trata a los osos. Day-Lewis transmite una vulnerabilidad palpable que es fundamental para la resonancia emocional de la película. La química entre el actor y los tres osos de peluche (interpretados por tres osos reales, lo que añade una capa de realismo inquietante) es notable y la base de la fuerza del drama.

El guion, adaptado de la novela de Robert Daley, es quizás el punto más fuerte de la película. Evita los clichés del género western y los problemas ecológicos se plantean de una manera sutil y reflexiva. No se trata de demonizar el desarrollo o de glorificar la vida salvaje. Más bien, se explora la necesidad de mediar entre diferentes perspectivas y la responsabilidad que implica cada uno de ellos. La historia de los indios locales, que ven amenazados su modo de vida por el proyecto del Parque Nacional, es presentada de una manera respetuosa, sin caer en estereotipos. La película invita a la reflexión sobre la justicia, la empatía y el impacto de nuestras acciones en el entorno y en los demás.

En definitiva, “Los osos y yo” es una película que perdura en la memoria mucho después de que termina. Es una obra cinematográfica con un mensaje atemporal y una ejecución impecable, que merece ser vista y reflexionada. Un clásico que supera el marco temporal en el que fue creada.

Nota: 8.5/10