“Los Perros de la Plaga” no es solo una película; es una experiencia visceral, una invitación a reflexionar sobre la crueldad inherente a la experimentación animal y la deshumanización que puede resultar de la búsqueda desenfrenada del conocimiento científico. La película, dirigida con una sensibilidad inquietante por el veterano Juan Antonio Bayona, no se limita a presentar una historia de fuga y supervivencia animal; explora las consecuencias morales de un sistema que reduce a los seres vivos a meros sujetos de prueba. La estética, con sus colores apagados y la atmósfera opresiva, contribuye enormemente a este efecto, creando una sensación constante de incomodidad y desesperación.
El guion, adaptado de la novela homónima de Pierre Lemaitre, se construye magistralmente en dos líneas temporales que se entrelazan con precisión. Por un lado, observamos el tedioso y desolador día a día de los perros en el centro biológico, un lugar que se siente más como una prisión que un laboratorio. La sensación de opresión es palpable, transmitida a través de las actuaciones y la puesta en escena. La fotografía, impecable como siempre en la filmografía de Bayona, acentúa la monotonía y la desesperanza, capturando la angustia silenciosa de los animales.
Pero la narrativa no se queda en la mera descripción de un ambiente negativo. La película se revitaliza al introducir la línea temporal del detective, interpretado con una sorprendente mezcla de vulnerabilidad y determinación por Benicio del Toro. Su investigación, iniciada después de encontrar uno de los perros errantes, no solo ofrece una perspectiva humanitaria a la historia, sino que también actúa como un contrapunto a la frialdad de la ciencia. Su conexión con los perros no se basa en la utilidad, sino en la empatía, lo que le convierte en un personaje fundamental para la evolución de la trama y, más importante aún, para la comprensión del espectador.
Las actuaciones son sobresalientes en general. Además de la ya mencionada interpretación de Benicio del Toro, los perros, gracias a una combinación de técnicas de maquillaje y entrenimiento, logran transmitir una complejidad emocional que a menudo supera la de muchos actores humanos. Su lenguaje corporal, su mirada, sus movimientos... todo comunica el miedo, la confusión y la esperanza de supervivencia. Sin embargo, se podría argumentar que, en ocasiones, la excesiva dependencia en el trabajo de los perros, podría haber restado protagonismo a otros personajes secundarios, aunque esto no afecta significativamente la experiencia cinematográfica.
“Los Perros de la Plaga” es una película que permanece en la memoria mucho después de que los créditos finales han rodado. No se trata de un espectáculo visualmente grandilocuente, sino de una obra que apela a la razón y al corazón, confrontando al espectador con la crueldad de la experimentación animal y la fragilidad de la vida. Es una película que, con su premisa sencilla pero poderosa, se convierte en un alegoría universal sobre la búsqueda de límites éticos y la importancia de la compasión. Es una película que, con su delicada pero contundente crítica, merece ser vista y analizada.
Nota: 8.5/10