Los ritos sexuales del diablo (1982)

“Los Ritos Sexuales del Diablo” (1976) no es una película para llevarse bien con la moral, ni para analizar su trama con una mente demasiado racional. Es, antes que nada, una experiencia visceral, un viaje a lo oscuro y perturbador, una invitación a confrontar la propia repulsión y, tal vez, a cuestionar la naturaleza de la fe y la devoción. La película, a pesar de su trama aparentemente sencilla, se construye con una meticulosa atmósfera de inquietud y terror psicológico que se va tejiendo gradualmente a lo largo de su duración. Dirigida con maestría por Ludo Vincent, la película utiliza el paisaje inglés, con sus casas de campo desoladas y sus paisajes nublados, para intensificar la sensación de aislamiento y de amenaza latente.

El guion, adaptado de la novela homónima de Piers Paul Read, es sorprendentemente ambigüo. No se ofrece explicaciones fáciles ni se presenta una visión clara de la secta a la que se adscriben los personajes. Se deja al espectador con preguntas incómodas sobre la manipulación, la pérdida de control y la naturaleza del deseo. La película no glorifica ni demoniza a los satánicos, sino que explora las motivaciones humanas que pueden llevar a las personas a participar en prácticas oscuras. La ambigüedad es una de las mayores fortalezas de la película, ya que obliga al espectador a confrontar sus propias preconcepciones y a reflexionar sobre el tema de la fe.

Las actuaciones son, en general, sólidas. Carol Lyn Carson, como la cuñada Elizabeth, ofrece una interpretación magistral de una mujer consumida por la devoción y la manipulación. Su mirada, a menudo impenetrable, y su comportamiento enrarecido crean una presencia aterradora en pantalla. Pero, quizás, el verdadero corazón de la película reside en la interpretación de la joven Sarah (Barbara Parkhill), la protagonista. Parkhill transmite con convicción la confusión, el miedo y, finalmente, la desesperación de una mujer que se ve arrastrada a un mundo al que no pertenece. La química entre ambas actrices es palpable, intensificando la sensación de peligro y de vulnerabilidad.

Sin embargo, la película no está exenta de fallas. El ritmo es, a veces, lento y la dirección de fotografía, aunque evocadora, podría haber sido más audaz. Algunos elementos, como los rituales en sí, se muestran con una crudeza que, en el contexto actual, podría resultar excesiva para algunos espectadores. No obstante, estas pequeñas debilidades se diluyen ante la atmósfera opresiva y la dirección artística que hacen de “Los Ritos Sexuales del Diablo” una película memorable, un clásico del terror psicológico que sigue generando debate y reflexión décadas después de su estreno.

Nota: 7/10