“Los sin nombre” es una película que se instala bajo la piel y que, una vez que la has visto, te resulta difícil olvidarla. No es un thriller convencional, aunque posee los elementos básicos del género –misterio, suspense y una atmósfera densa–. Más bien, es una exploración visceral del dolor, la culpa y la fragilidad de la memoria, tejiendo una historia perturbadora a través de la lente de la locura y la vulnerabilidad emocional. La película, dirigida con maestría por Karim Aabed, logra un efecto de inquietud constante, dejando al espectador con una sensación de incomodidad y desasosiego que persiste incluso después de las créditos.
La historia se centra en Ana, interpretada con una actuación devastadora por Paula Gaitán, una mujer consumida por la culpa tras la trágica muerte de su hija. Gaitán ofrece una interpretación brillante, transmitiendo con una naturalidad inquietante la desesperación y el colapso emocional de Ana. Su actuación no es grandilocuencia, sino una sutil y contundente representación del deterioro mental, la paranoia y la búsqueda implacable de respuestas. La química entre Gaitán y el también impresionante Javier Godino, que interpreta al expolicía alcohólico, es fundamental para el éxito de la película. Godino aporta una fuerza cruda y una vulnerabilidad que complementan a la perfección la fragilidad de Ana, creando un dúo de personajes complejos y profundamente conmovedor.
El guion, adaptado de la novela homónima de Guillermo Fraile, es deliberadamente ambiguo y sugerente. No se ofrece explicaciones fáciles ni respuestas claras. La película se adentra en la mente de Ana, mostrando fragmentos de su pasado, sueños recurrentes y recuerdos distorsionados. La narrativa no es lineal; se presenta como un flujo de conciencia, permitiendo al espectador interpretar los eventos a través del prisma de la locura. Esta estrategia, aunque puede resultar frustrante para algunos, es esencial para capturar la esencia del trauma y la percepción subjetiva de la realidad. La película juega constantemente con el espectador, sembrando dudas y generando múltiples interpretaciones. El ritmo es pausado, casi glacial, pero esta lentitud no es un defecto, sino una herramienta narrativa que contribuye a la creación de la atmósfera opresiva y la sensación de inminente peligro.
La dirección de Aabed es sobresaliente. La película se ambienta en un entorno rural y desolador, que se convierte en un personaje más en sí mismo. Los planos largos, la iluminación sombría y la banda sonora minimalista contribuyen a crear una atmósfera de tensión palpable. El uso del color es particularmente efectivo, utilizando la paleta de grises y ocres para reflejar la desesperación y el vacío interior de los personajes. El film evita los clichés del género, no recurriendo a sustos baratos ni a explicaciones innecesarias. En cambio, se centra en la exploración del alma humana, en la lucha contra el pasado y en la búsqueda de la verdad, aunque esta última parezca inalcanzable.
Finalmente, “Los sin nombre” es una película que exige una atención plena del espectador. No es un entretenimiento ligero, sino una experiencia intensa y perturbadora. Es un homenaje al poder del trauma y a la dificultad de escapar de las sombras del pasado. Es una película que, con la sutileza y la profundidad que le caracteriza, se consolida como una de las obras más destacadas del terror psicológico contemporáneo.
Nota: 8/10