“Loving Vincent” no es solo una película; es una experiencia sensorial, una inmersión profunda en la mente y el universo de Vincent van Gogh. Esta ambiciosa producción, un auténtico logro técnico y artístico, se distingue por una premisa radical: recrear cada fotograma de la película como si fuese una pintura al óleo, en el mismo estilo que el propio artista holandés. La película, que dura poco más de 80 minutos, es el resultado de años de trabajo meticuloso, con más de 56.800 fotogramas pintados a mano por un equipo de pintores excepcionales, cada uno inspirándose diligentemente en la maestría de Van Gogh. Este enfoque innovador va mucho más allá de la simple estética; transforma por completo la forma en que percibimos la narrativa y el ritmo de la película.
La dirección de Theo McCready es audaz y paciente. La construcción de esta película no es lineal; es un proceso gradual, casi meditativo. Se percibe en la deliberación de la cámara, en la longitud de los planos, en la elección de los colores y en la textura que emana de cada imagen. Esta lentitud, lejos de ser un defecto, se convierte en la fuerza central de la película, permitiéndonos contemplar cada detalle, cada matiz, cada pincelada como si fuese una obra de arte por derecho propio. La filmación en stop-motion, aunque exige una disciplina impecable, no desvía la atención de la historia, sino que la integra orgánicamente a la atmósfera visualmente rica de la película.
Las actuaciones son discretas pero efectivas. Oliver Cotton, como Armand Roulin, ofrece un retrato sencillo y amable del personaje, sin sobreexageraciones. La interpretación de las voces, grabadas previamente, aporta una naturalidad que complementa la estética visual. Sin embargo, la película no depende excesivamente de las actuaciones; la verdadera protagonista es la obra de Van Gogh y la narrativa que la rodea. La historia, centrada en los últimos días del artista y los rumores sobre su suicidio, se desarrolla de forma sutil y respetuosa con la leyenda que lo acompaña.
El guion, aunque a veces se siente un tanto lineal y poco complejo, sirve principalmente como un vehículo para explorar la vida de Van Gogh, sus relaciones, sus frustraciones y su legado. La película no intenta ofrecer una respuesta definitiva a la cuestión de su suicidio, sino que se centra en presentar diferentes perspectivas y en sugerir la complejidad de su personalidad. El diálogo es breve y centrado en las observaciones de los personajes sobre la vida, el arte y la muerte. Lo más impactante es la manera en que la película logra transmitir la intensidad emocional de Van Gogh a través de la lente de su propia obra. La recreación de sus paisajes, sus retratos, sus bodegones, se siente palpable y resonante, provocando una conexión emocional profunda con el artista y su universo.
“Loving Vincent” es, en definitiva, una experiencia cinematográfica única e inolvidable. No es una película para todos los gustos, requiere paciencia y una apreciación especial por el arte. Pero para aquellos que estén dispuestos a invertir su tiempo y su atención, ofrece un viaje visual y emocionalmente gratificante, una oda a uno de los artistas más emblemáticos de la historia y un testimonio de la pasión y la perseverancia del arte.
Nota: 8.5/10