Lucas (1986)

“Lucas” es un debut cinematográfico de una potencia, un retrato visceral y conmovedor de la adolescencia que se alza como una de las películas más sorprendentes del año. La dirección de Michael Sullivan es magistral: no se limita a contar una historia, sino que la envuelve en una atmósfera de inquietud y vulnerabilidad que te permea desde el primer minuto. Sullivan construye una narrativa a través de la inmersión sensorial, priorizando la sensación sobre la explicación, dejando que el espectador interprete el mundo a través de los ojos de su protagonista.

La película se centra en Lucas, interpretado con una intensidad impresionante por el joven Noah Jupe. Jupe entrega una actuación que trasciende lo juvenil, exhibiendo una profundidad emocional y una sutil expresión de angustia que es, sencillamente, inolvidable. Su Lucas no es un chico perfecto; es torpe, inseguro y emocionalmente vulnerable. No se trata de un héroe; es un niño que intenta navegar un mundo que, de repente, se torna amenazante. La dirección de Sullivan permite a Jupe explorar la complejidad de sus emociones, su soledad y su necesidad desesperada de conexión, sin recurrir a clichés. Su mirada, sus gestos, su forma de hablar… cada detalle contribuye a construir un personaje con el que es fácil empatizar, a pesar de su falta de madurez.

El guion, escrito por Sullivan y Ted Sutherland, es sorprendentemente delicado. No es una película llena de diálogos grandilocuentes o melodramas. En cambio, se centra en las pequeñas cosas: la mirada de Maggie (Maddie Ziegler), el susurro de Cappie (Charlie Everett), la tensión en la habitación cuando Lucas está a punto de ser descubierto. La escritura se vale de la sugestión, de la ambigüedad, dejando al espectador lleno de preguntas y reflejos. La película no ofrece respuestas fáciles, sino que se pregunta por la naturaleza del amor, la amistad y el rechazo, conceptos que para un adolescente son especialmente complejos. El ritmo es deliberadamente pausado, permitiendo que la tensión se acumule gradualmente, culminando en un clímax que es a la vez impactante y profundamente conmovedor.

Además, la cinematografía de Billy Livermore y el diseño de sonido de Robert Dozell juegan un papel fundamental en la creación de la atmósfera. La paleta de colores es fría y apagada, reflejando el estado emocional de Lucas. Los planos son largos y contemplativos, permitiendo que el espectador se sumerja en la experiencia del personaje. El sonido es inquietante y distorsionado, intensificando la sensación de aislamiento y vulnerabilidad. La banda sonora, casi imperceptible, se suma a la atmósfera opresiva, creando un ambiente donde la angustia es palpable.

En definitiva, “Lucas” es una película que te marca. No es fácil de ver, es incluso un poco dolorosa, pero su honestidad, su sensibilidad y su impecable dirección la convierten en una experiencia cinematográfica inolvidable. Es una obra que requiere de una visión particular del espectador, pero que recompensa con una reflexión profunda sobre la fragilidad de la infancia y la dificultad de comprender el mundo que nos rodea. Es un debut que presagia un futuro brillante para Michael Sullivan.

Nota: 8.5/10