Lucía y el sexo (2001)

“Lucía y el sexo” no es precisamente una experiencia cinematográfica fácil. La película, dirigida por Álvaro Fernández Castro, se presenta como una exploración introspectiva del dolor y la auto-reconstrucción tras una ruptura, ambientada en un entorno idílico pero cargado de una atmósfera opresiva. La película se aleja deliberadamente del melodrama convencional, apostando por la sugerencia y la ambigüedad, lo que la convierte en una joya para aquellos que buscan algo más que una narración lineal. Sin embargo, también puede resultar frustrante para quienes esperan una respuesta clara a las preguntas que plantea.

La fotografía de Daniel Taboada es, sin duda, el principal atractivo visual de la película. Los paisajes mediterráneos, con sus colores vibrantes y su luz dorada, contrastan fuertemente con la melancolía que emana la protagonista. La paleta cromática, cuidadosamente elaborada, no solo embellece la isla, sino que también refleja la lucha interna de Lucía, transitando entre la belleza y la angustia. La cámara, en su mayoría, se mantiene observadora, casi como un testigo silencioso de sus recuerdos y su proceso de sanación. La dirección de fotografía es magistral, particularmente en las escenas nocturnas, donde la luz y las sombras juegan un papel crucial para expresar el conflicto interno de la protagonista.

La interpretación de Ana Guerra como Lucía es el corazón pulsante de la película. Guerra ofrece una actuación sutil pero poderosa, logrando transmitir la complejidad de su personaje con una mirada intensa y un lenguaje corporal preciso. Su lucidez, a menudo oculta tras una máscara de indiferencia, es palpablemente el núcleo de su dolor. La química con el resto del reparto, especialmente con los actores que interpretan a los personajes secundarios que entran y salen de la vida de Lucía, es excelente, permitiendo a la película crear un ecosistema social creíble que complementa su historia central. Sin embargo, la película no ofrece nombres o identidades sólidas para estos personajes, manteniendo un aire de vaguedad que, si bien refuerza la idea de la fugacidad y la pérdida, también puede restar impacto a algunos momentos.

El guion, escrito por Álvaro Fernández Castro y David Plasco, se basa en la estructura de una novela, con flashbacks que revelan los detalles de la relación anterior a Lucía. Estas escenas, aunque necesarias para comprender el contexto emocional de la protagonista, a veces se sienten un tanto desordenadas y carentes de ritmo. La película, a pesar de sus limitaciones, explora temas complejos como el trauma, la memoria y la búsqueda de la identidad, pero lo hace con una sensibilidad que evita caer en la sentimentalidad fácil. La película evita hacer juicios sobre su anterior relación; se centra en las consecuencias emocionales, dejando al espectador la tarea de interpretar los eventos pasados y las motivaciones de los personajes. El uso de la metáfora, en particular, es frecuente, y aunque en ocasiones puede sentirse forzado, en general contribuye a la atmósfera enigmática de la película.

Nota: 7/10