Lucky (2017)

“Lucky”, la última obra del aclamado director Mark Maggs, no es una película que se consume, sino una que se siente. Más que una narrativa lineal, es una inmersión profunda en la experiencia existencial de un hombre al borde de la eternidad. La película se centra en Frank (interpretado con una humanidad impresionante por George Burns), un centenario ateo que, después de haber vivido décadas de trabajo duro, un amor perdido y la constante lucha por sobrevivir, se encuentra repentinamente en un punto de inflexión. La película no pretende ofrecer respuestas fáciles sobre la vida o la muerte, sino explorar el último y, para Frank, más significativo viaje: la búsqueda de la iluminación.

Maggs, conocido por su trabajo en documentales, extiende su maestría cinematográfica a la ficción, creando un universo visualmente cautivador, aunque deliberadamente austero. La paleta de colores es sobria, predominando los tonos tierra y grises, que reflejan la dureza de la vida que Frank ha vivido y la quietud de su presente. La fotografía de Peter Deming es excepcionalmente hermosa, capturando la serenidad de los paisajes rurales de Montana y la atmósfera contemplativa de las escenas interiores. Sin embargo, esta austeridad no es una limitación, sino una herramienta para enfatizar la introspección y el desapego de Frank, al mismo tiempo que recuerda la belleza y la simplicidad de las cosas sencillas.

La actuación de George Burns, a sus 90 años, es, sin duda, el corazón y el alma de la película. Burns aporta una vulnerabilidad y una sabiduría inmensas a Frank, transmitiendo con una profundidad y una autenticidad que desafían la edad. No se trata de una actuación grandilocuente o dramática, sino de una presencia silenciosa, casi etérea, que conecta profundamente con el espectador. Su personaje no busca la aprobación o la comprensión, simplemente observa y experimenta, permitiendo al espectador reflejar sobre su propia existencia. La química entre Burns y la joven Hannah (interpretada por Barbara Milland), quien se convierte en su cuidadora, es notablemente sutil y conmovedora. Las escenas compartidas entre ambos son las más memorables y, a menudo, las más silenciosas, repletas de un entendimiento tácito y un profundo respeto.

El guion, coescrito por Maggs y John Shaffner, es notablemente poético y evoca reflexiones filosóficas sobre el tiempo, la memoria, el amor y el propósito de la vida. La película evita la solemnidad y la moralina, abrazando la ambigüedad y permitiendo al espectador sus propias interpretaciones. El ritmo es lento, deliberadamente pausado, lo que puede resultar desafiante para algunos, pero que permite una verdadera inmersión en la experiencia de Frank. La película no ofrece respuestas fáciles, y eso es precisamente su fuerza. “Lucky” no pretende dar un mensaje, sino plantear preguntas y provocar la reflexión. Es una experiencia cinematográfica visceral y profundamente personal.

Nota: 8/10