LUV (2013)

“LUV” es, sencillamente, una experiencia cinematográfica visceral, un torbellino emocional que se instala en la mente y no la abandona fácilmente. Dirigida por Trey Edward Shults, la película se distancia de la narrativa tradicional y se sumerge en la mente tormentosa de Dylan, un niño de 11 años atrapado en un día que transformará su vida para siempre. La película no ofrece respuestas fáciles ni moralizaciones simplistas; en cambio, se centra en la cruda y a menudo incómoda realidad de la familia, el trauma y la búsqueda desesperada de conexión en medio del caos.

La dirección de Shults es, sin duda, el corazón de la película. Su estilo, una mezcla de planificación a cámara lenta y planos improvisados, refleja el estado mental fragmentado de Dylan. El uso de la luz y la sombra es magistral, creando una atmósfera opresiva y claustrofóbica que se intensifica a medida que avanza la trama. La filmación es a menudo naturalista, casi documental, lo que aumenta la sensación de inmediatez y nos empuja a empatizar con el protagonista. Shults evita el sentimentalismo barato, permitiendo que las emociones emerjan de forma orgánica y, a veces, dolorosa. No rehúye las escenas desagradables, ni la incomodidad, y eso, en mi opinión, es precisamente lo que le da a “LUV” su fuerza y su impacto duradero.

Las actuaciones son extraordinarias. Jackson Robert Scott como Dylan es simplemente asombroso. Transmite una vulnerabilidad y una angustia conmovedoras, capturando la confusión, el miedo y la necesidad de amor de un niño que ha perdido su mundo. La química entre Scott y Timothée Chalamet (interpretando al tío, Saul) es palpable y compleja. Chalamet ofrece una actuación sutil y profundamente conmovedora, evitando la caricatura y representando a un hombre roto por sus propios demonios. La actuación de Elizabeth Olsen como la madre de Dylan es igualmente convincente, mostrando una profunda desesperación y un amor incondicional, aunque a veces mal dirigido. La película no juzga las decisiones de los personajes; simplemente las presenta en el contexto de sus vidas, sin adornos ni explicaciones.

El guion, coescrito por Shults y Andrew Semans, es agudo y provocador. Se centra en las interacciones humanas y en la forma en que el amor, el dolor y la pérdida se entrelazan. La película no se preocupa por proporcionar una narrativa lineal, sino que se sumerge en el flujo de conciencia de Dylan, ofreciendo fragmentos de recuerdos, intuiciones y emociones. La complejidad de las relaciones familiares se explora con honestidad y sin concesiones. La película plantea preguntas difíciles sobre el amor, el perdón y la identidad, sin ofrecer respuestas fáciles. Es una película que te obliga a pensar y a sentir, y que te deja con una profunda sensación de melancolía y de admiración por la resiliencia del espíritu humano.

Nota: 8.5/10