“M. Butterfly” de Manoel de Oliveira es una película que se instala en la mente y permanece mucho después de que los créditos finales han terminado de rodar. No es una película fácil, ni una que se pueda consumir de manera superficial. Es una experiencia cinematográfica densa, compleja y profundamente melancólica, que utiliza la historia de amor entre un diplomático francés y una cantante china como excusa para explorar temas mucho más amplios sobre la identidad, la verdad, la percepción y la fragilidad del lenguaje.
La película, basada en hechos reales, nos presenta a René Gallimard (Fernando Reynaldo), un diplomático francés en Shanghái en la década de 1960, un hombre de mediana edad obsesionado con la juventud y la belleza, convencido de que su matrimonio con Geneviève (Elisa Malbier) es estancado y carente de emoción. A través de un encuentro casual en la ópera, se ve seducido por Song Liling (Tao Yü), una diva de la ópera de origen chino que, al parecer, es una mujer hermosa y fascinante. Lo que el espectador pronto descubre, y que Gallimard nunca comprende plenamente, es que Song no es quien aparenta ser: es un hombre, un ex-soldado chino que fue capturado y sometido a un ambicioso programa de conversión cultural, incluyendo el aprendizaje del idioma y la cultura occidental, para ser utilizado como espía. La película se estructura a través de flashbacks que revelan gradualmente la verdad, pero Oliveira evita dar respuestas fáciles y opta por una narración circular y, a menudo, confusa, que refleja la propia confusión de Gallimard.
La dirección de Oliveira es magistral. Su estilo pausado, casi contemplativo, invita al espectador a sumergirse en la atmósfera de la película, en la opulencia y el misterio de Shanghái. El uso del color es notablemente sutil, predominando tonos apagados que reflejan el estado de ánimo melancólico de la historia. La fotografía, a cargo de José Le Mair, es exquisita, capturando la belleza del entorno y transmitiendo la sensación de un tiempo detenido. Oliveira maneja la cámara con una delicadeza que permite a cada escena respirar, creando un ritmo lento y meditativo que contrasta con la intensidad emocional de la trama.
Las actuaciones son, sencillamente, impecables. Fernando Reynaldo ofrece una interpretación contundente de Gallimard, transmitiendo su frustración, su vulnerabilidad y su progresiva desesperación. Su rostro, en constante evolución, refleja la confusión y el dolor que experimenta a medida que se enfrenta a la verdad. Tao Yü, en su papel como Song Liling, es un personaje fascinante en su ambigüedad. Su elegancia y su belleza son innegables, pero su mirada esconde una profunda tristeza y un pasado traumático. La química entre Reynaldo y Yü es palpable, creando una atmósfera de tensión y deseo que es al mismo tiempo hermosa y dolorosa. La sutileza con la que se expresa la incomunicación y la búsqueda de significado entre ambos personajes es lo que realmente enriquece la película.
“M. Butterfly” no es una película para todos los gustos. Su ritmo lento, su ambigüedad y su enfoque en la incomunicación pueden resultar frustrantes para aquellos que buscan una narrativa lineal y con un final claro. Sin embargo, para aquellos que están dispuestos a sumergirse en su atmósfera melancólica y a aceptar sus enigmas, “M. Butterfly” es una obra maestra del cine, un retrato conmovedor de la fragilidad humana y la imposibilidad de conocer la verdad. Es una película que nos obliga a cuestionar nuestras propias percepciones y a reflexionar sobre la naturaleza de la identidad y el amor.
Nota: 8/10
