Mademoiselle de Joncquières (2018)

“Mademoiselle de Joncquières” es un melodrama francés de 1932 que, a pesar de su longevidad, sigue cautivando por su atmósfera de opulencia decadente y la intrincada psicología de sus personajes. La película, dirigida por Marcel Lübke, se adentra en las turbias aguas de la venganza, la desilusión y la búsqueda de poder en un contexto social de rígidas convenciones. El filme no es un espectáculo visual deslumbrante en el sentido moderno, pero su belleza radica en su elegancia solemne y la sutil pero palpable sensación de melancolía.

El guion, adaptado de la novela homónima de Louise de Launay, se apoya en un ritmo pausado que permite al espectador respirar y absorber la complejidad de las relaciones. La historia se centra en la transformación de Madame de La Pommeraye, interpretada magistralmente por Danièle Darrieux. Darrieux, una actriz de notable presencia, entrega una interpretación increíblemente controlada, logrando transmitir la frialdad calculadora y la desesperación latente de la viuda. Su mirada, a menudo impenetrable, es el eje central de la película, comunicando más de lo que sus palabras dicen. El personaje no es simplemente una seductora vengativa; es una mujer atrapada por las limitaciones de su época, buscando una forma de recuperar el control de su vida, aunque sea a través de la manipulación y la venganza.

El Marqués de Arcis, interpretado por André Derancourt, es un personaje inquietante, un hombre de placer que se ve arrastrado por la ambición y la falta de escrúpulos. Su relación con Madame de La Pommeraye es un juego peligroso, una danza de seducción y engaño en la que ambos participan voluntariamente, aunque con consecuencias devastadoras. La química entre Darrieux y Derancourt es, sin duda, uno de los puntos fuertes de la película, creando una tensión palpable en cada escena que comparten. Sin embargo, la película también se beneficia de la actuación de Claire Marais como la joven Anaïs, la ayudante de Madame de La Pommeraye, que aporta una frescura y una inocencia que contrastan notablemente con la esterilidad del mundo en el que se mueve la viuda.

La dirección de Lübke es discreta pero efectiva. Evita el melodrama excesivo, optando por una presentación contenida y un uso sutil del color, en particular el blanco y el negro, que intensifica la atmósfera de frialdad y desolación. La película se beneficia de un diseño de producción impecable, que recrea con gran detalle la opulencia de las residencias de la nobleza francesa de principios del siglo XX. La música, de Jacques Offenbach, contribuye a la atmósfera melancólica y a la sensación de tragedia inminente. La película no ofrece respuestas fáciles ni soluciones románticas; se concentra en explorar la complejidad moral de sus personajes y las consecuencias inevitables de sus acciones. “Mademoiselle de Joncquières” es, en definitiva, una película inolvidable, un estudio psicológico de la ambición, la venganza y el precio de la libertad en un mundo gobernado por las convenciones sociales y los secretos.

Nota: 8/10