“Magic Mike XXL” es un espectáculo que, como su titular, intenta ser más grande que lo que realmente es. La película de Steven Soderbergh, una secuela que muchos esperaban con recelo, se presenta como un road trip erótico con una premisa interesante: Magic Mike (Channing Tatum) debe enfrentarse a la inevitable pregunta de si su vida de striper es sostenible o si es hora de buscar una nueva identidad. Sin embargo, la película, a pesar de contar con un protagonista carismático y una estética visualmente impactante, se deja llevar por la pretensión y, en última instancia, se siente más como un anuncio de un perfume caro que una reflexión profunda sobre la masculinidad y la identidad.
Soderbergh, reconocido por su trabajo en documentales y películas de bajo presupuesto, demuestra un dominio técnico notable. La cinematografía es deslumbrante, llena de planos audaces y una iluminación vibrante que acentúa la sensualidad de las performances. El movimiento de cámara, especialmente durante las secuencias de baile, es fluido y dinámico, logrando crear un ambiente de euforia y deseo. No obstante, esta habilidad técnica no logra compensar la debilidad del guion. La trama, simplificada hasta la extenuación, carece de ambigüedad y se apoya demasiado en clichés del género erótico. Las situaciones, aunque visualmente atractivas, se sienten forzadas y carentes de profundidad emocional.
El reparto, además de Tatum, cuenta con talentos como Amanda Bynes y Conchita Martínez, quienes aportan una presencia interesante. Sin embargo, a pesar de sus habilidades, las actuaciones son limitadas. Tatum, como siempre, imparte su habitual encanto, pero se ve obligado a interpretar un personaje que se siente más como una versión exagerada de su imagen pública que como un individuo complejo. Bynes, por otro lado, se ve relegada a un papel cómico que no aprovecha su potencial. La química entre los personajes secundarios es superficial, y las relaciones románticas se plantean de forma poco convincente.
La película, a pesar de su estética llamativa, no logra conectar a nivel emocional con el espectador. Se centra excesivamente en la sensualidad y el baile, descuidando el desarrollo de los personajes y la exploración de temas más relevantes. La idea de la búsqueda de la identidad, aunque presente, se reduce a una serie de escenarios y eventos superficiales. El intento de Soderbergh por abordar la masculinidad contemporánea se siente superficial y, en última instancia, decepcionante. El glamour y la música pop, aunque agradables, no son suficientes para compensar las deficiencias narrativas. Se intenta ser una película moderna y audaz, pero el resultado es un ejercicio de estilismo sin sustancia.
Nota: 6/10