“Maigret” (2023), dirigida por Héléna Kientz, no es simplemente un refrito de melodramas policiacos o una revisión sentimental de las películas anteriores protagonizadas por el legendario inspector Jules Maigret. Es una exploración sutil, pero profundamente conmovedora, de la memoria, la culpa y la eterna lucha entre el orden y el caos. La película se centra en un caso aparentemente frío: el descubrimiento del cuerpo de una joven, Isabelle, en un contexto de aparente anonimato, que desencadena una cadena de recuerdos y obsesiones en el inspector Maigret, interpretado magistralmente por Pierre Boulanger. Boulanger, con su rostro curtido por la experiencia y sus ojos penetrantes, ofrece una interpretación que va más allá de la simple descripción de un personaje. Logra transmitir con precisión la melancólica introspección de un hombre que ha visto demasiado, que ha perdido demasiado y que, a pesar de su rigor, es vulnerable a las sombras de su pasado.
La dirección de Kientz es, en su mayoría, impecable. Evita los clichés del género, trabajando con una paleta de colores apagados y una iluminación sombría que refuerza la atmósfera de opresión y melancolía. La película se desarrolla casi exclusivamente en el apartamento de Maigret, un espacio claustrofóbico que se convierte en un reflejo de su propia mente. El espacio interior, y su relación con la calle exterior, simboliza la lucha entre la razón y el sentimiento, entre el orden y el desorden, que define la vida del inspector. La película no busca grandes espectáculos visuales, sino que se concentra en la tensión psicológica y en las sutiles observaciones del personaje principal. El ritmo es deliberadamente lento, permitiendo que la angustia y el peso del pasado de Maigret se hagan sentir plenamente.
El guion, adaptado de la novela homónima de Georges Simenon, es notablemente complejo. No se limita a la trama de un crimen, sino que se adentra en la psicología de los personajes, especialmente en el pasado tormentoso de Maigret. La relación entre el inspector y Betty, la joven delincuente con una sorprendente similitud física con la víctima, funciona como un catalizador para la exploración de sus recuerdos. La película aborda la dificultad de la memoria, cómo los recuerdos pueden ser distorsionados, fragmentados y manipulados, y cómo estos pueden afectar la percepción de la realidad. La idea central, que conecta el presente con un pasado hábilmente reconstruido, está muy bien ejecutada, y ofrece una reflexión sobre la naturaleza humana y la dificultad de escapar del pasado. La novela original, y la película, no ofrecen respuestas fáciles, sino que se centran en la ambigüedad y la complejidad moral.
Las actuaciones son excepcionales en su conjunto. Además de Pierre Boulanger, Sophie Bruneau como Betty ofrece una interpretación convincente y con una mirada que transmite una mezcla de rebeldía, vulnerabilidad y un cierto destino trágico. No obstante, la película no depende solo de estas dos actuaciones destacadas; todo el elenco complementario contribuye a la atmósfera general. Es una película que te deja pensando mucho después de que termine, y que te recuerda la importancia de la empatía, la compasión y la búsqueda de la verdad, incluso cuando esta es dolorosa y difícil de encontrar.
Nota: 8/10