Malèna (2000)

“Malèna” (2000) de Giuseppe Tornatore es una película que, a pesar de su aparente sencillez, deja una huella persistente gracias a su atmósfera evocadora y a la ambigua fuerza de su protagonista. La película se centra en la belleza de Malèna (Monica Bellucci), recién llegada a un pequeño pueblo siciliano, un lugar donde la rutina y el resentimiento se entretejen en la mirada de los habitantes. Tornatore no busca reinventar el género del drama romántico; en cambio, se aferra a un territorio familiar, pero lo explora con una sensibilidad y una capacidad de crear una sensación de anhelo que la diferencian notablemente de sus contemporáneas.

La dirección de Tornatore es magistral en su uso de la luz y el color. La costa siciliana, bañada por la luz dorada del sol, se convierte en un personaje más de la historia, un elemento fundamental que intensifica la belleza y el deseo. La cámara se detiene con frecuencia en la figura de Malèna, enfatizando su apariencia física, pero sin caer en la objetivación. La película está preocupada por capturar la mirada y la expresión, las pequeñas reacciones que revelan su interioridad, una interioridad que es precisamente lo que se oculta a los demás.

Monica Bellucci ofrece una actuación sublime. Malèna no es una belleza superficial, sino una mujer marcada por una vida difícil, una mujer que ha sufrido y que se refugia en su apariencia para protegerse del mundo exterior. Su mirada es intensa, melancólica, llena de una silenciosa tristeza. Bellucci logra transmitir, a través de gestos y expresiones sutiles, la complejidad de su personaje, su deseo de ser amada y su soledad. La química entre Bellucci y Jürgen Prochnow, que interpreta al matrimonio de la alcaldesa, es palpable y añade una capa de profundidad a la relación, más allá del simple atractivo físico.

El guion, escrito por Tornatore y Sandro Ayer, es sutilmente construido. La trama se desarrolla con lentitud, permitiendo que el espectador se sumerja en el ambiente del pueblo y en las emociones de los personajes. La obsesión de Renato, el joven de trece años, es un elemento clave de la película, un reflejo de la juventud, del deseo no correspondido y de la admiración adulta. Sin embargo, la película evita juzgar a los personajes, mostrando las motivaciones detrás de sus actos y dejando al espectador la tarea de interpretar las acciones y las relaciones. La ambigüedad en el final, en particular, es deliberada y provoca un debate sobre la verdadera naturaleza de Malèna y su destino, lejos de ofrecer un cierre definitivo. No es una película fácil, exige una atención cuidadosa y una cierta disposición a aceptar la incertidumbre.

Nota: 8/10