Mallari (2023)

“Mallari” es una película que, más allá de ser un relato histórico, se instala en la psique humana y nos desafía a cuestionar las verdades absolutas. La dirección de Antoinette Jadaone es magistral, tejiendo una atmósfera de inquietud constante que se siente desde los primeros minutos. Utiliza el paisaje filipino, con sus colores vibrantes y su inmensidad, para amplificar la sensación de aislamiento que experimenta el Padre Severino, un hombre consumido por el peso de sus acciones y la fragilidad de su cordura. La película no busca ofrecer un espectáculo visual deslumbrante, sino que apuesta por la sugerencia, el silencio y la luz que filtra a través de las naves de bambú, elementos que contribuyen a la sensación de opresión y desasosiego. La fotografía, en general, es excelente, con una paleta de colores que oscila entre lo glorioso y lo sombrío, reflejando la dualidad moral del protagonista.

La actuación de Piolo Pascual como Padre Severino es, sin duda, el corazón de la película. Su interpretación es sutil y aterradora a la vez. No recurre a un melodrama excesivo, sino que se sumerge en la locura del personaje con una paciencia y una vulnerabilidad conmovedoras. Logra transmitir la angustia de un hombre que ha perdido el control de sí mismo y que lucha por aferrarse a la única verdad que le queda: la esperanza de ser perdonado. Janella Salvador y JC Santos aportan una vitalidad necesaria al contraste con la locura del protagonista, interpretando a jóvenes enamorados atrapados en la tragedia. Aunque sus roles son menos profundos, contribuyen a la sensación de inminente desastre que impregna la narrativa.

El guion, adaptado de un cuento de Ambulo Y. Tan, es la pieza central de la película. No solo detalla los hechos, sino que explora las motivaciones del Padre Severino con una ambigüedad deliberada. La película nunca declara explícitamente si el sacerdote asesinó a 57 personas, dejándolo a la interpretación del espectador. Esta ambigüedad, en lugar de ser un defecto, es una fuerza poderosa que invita a la reflexión sobre la naturaleza del bien y del mal, la fe y la moral, el sacrificio y la culpa. Se profundiza en la figura de la madre del sacerdote, un punto de dolor recurrente que explora los límites del amor maternal y la desesperación. La película no ofrece respuestas fáciles, sino que nos obliga a confrontar la complejidad de la condición humana. La historia se siente como un descenso a la locura, pero también como una búsqueda desesperada de redención, una búsqueda que, quizás, nunca llegue a su fin.

La película, aunque densa y a veces perturbadora, es un logro cinematográfico que se queda en la memoria con una fuerza innegable. No es un drama ligero, sino una experiencia visceral que nos invita a cuestionar nuestras propias creencias y a reflexionar sobre la fragilidad de la moral. Es un estudio psicológico fascinante, aderezado con una ambientación histórica impecable y un reparto talentoso. “Mallari” no es una película para todos los públicos, pero para aquellos que se atreven a sumergirse en su oscuridad, ofrece una experiencia cinematográfica profunda y significativa.

Nota: 8/10