Mamá (2013)

“Mamá” no es, precisamente, un thriller de terror que redefine el género. Más bien, se presenta como un estudio atmosférico, casi un ejercicio de suspense psicológico que, a pesar de su ritmo pausado, logra generar una sensación de inquietud persistente. La película de Gabriela Pichler se centra en la relación entre Lucas, el tío de Victoria y Lilly, y Annabel, su nueva pareja. La búsqueda desesperada de las niñas, desaparecidas cinco años atrás, sirve como telón de fondo para una historia que, en su núcleo, explora la fragilidad de las relaciones humanas ante el trauma y la posibilidad de que la realidad se distorsione. La dirección de Pichler es meticulosa y visualmente impactante. El uso de la fotografía, a menudo empañada por una luz crepuscular y el verde sombrío del bosque, contribuye significativamente a la atmósfera opresiva que impregna la película. No recurre a sustos fáciles, sino a la construcción gradual de la tensión, sugiriendo más de lo que muestra, y dejando al espectador con una sensación latente de peligro inminente.

El guion, a cargo de Pilar del Río, se centra en la disrupción que la aparición de las niñas causa en la vida de Annabel. La evolución de su relación con Lucas, marcada por la desesperación y el creciente paranoia, es el corazón de la narrativa. Las actuaciones son sólidas, especialmente la de Carmen Maura como Annabel. Maura transmite con notable lucidez la transformación de una mujer que, inicialmente intentando ofrecer una vida normal a las dos niñas, se ve consumida por la sospecha y el miedo. Sin embargo, la interpretación de Hugo Portillo como Lucas resulta a veces un tanto unidimensional, aunque comprensible dada la carga emocional que su personaje lleva consigo. El desarrollo del personaje de Victoria y Lilly, aunque presente, se siente algo superficial; sus voces y sus visiones se nos presentan principalmente a través de flashbacks y susurros, lo que, aunque efectivo estilísticamente, podría haber enriquecido la película con una mayor profundidad.

“Mamá” no ofrece respuestas fáciles, y esa es, quizás, su mayor fortaleza. La película no intenta explicar el origen del terror, sino que se concentra en explorar las consecuencias emocionales del trauma. La ambigüedad es deliberada, y la película invita a la reflexión sobre la naturaleza de la memoria, la percepción y la posibilidad de que lo que consideramos real, en realidad sea una construcción mental influenciada por el dolor. La escena final, en particular, es un ejemplo magistral de cómo evadir una explicación definitiva, dejando al espectador con la sensación de que el verdadero monstruo reside en la mente de los personajes, en sus propios miedos y sus obsesiones. La atmósfera perturbadora se mantiene hasta el final, y la película te deja con un escalofrío que perdura mucho después de que los créditos finales hayan empezado a rodar. Es un thriller psicológico que, más allá de los elementos fantásticos, se erige como una meditación inquietante sobre el poder del trauma y la fragilidad de la condición humana.

Nota: 7/10