“Maníaco” (Manicured, en su título original) no es un thriller de asesinatos en serie tan emocionante como su premisa sugiere. Más bien, es una disección perturbadora y, a veces, incómoda de la soledad, el deseo y la necesidad de conexión humana. La película de Mary Gentile, a pesar de no desatar una persecución frenética, logra generar una atmósfera inquietante que se aferra a la mente del espectador mucho después de que las luces se encienden.
La dirección de Gentile es sutil y deliberada. Evita los clichés del género y, en cambio, se centra en la observación de los personajes, en los pequeños gestos y las miradas que revelan la fragilidad y la desesperación que subyacen a las acciones de los protagonistas. El uso de la cámara es particularmente efectivo, a menudo situándose en primera persona, forzando al espectador a compartir la perspectiva claustrofóbica y obsesiva de Sebastian (Nicholas Hoult), el asesino. Esta técnica, aunque a veces claustrofóbica, aporta una valiosa profundidad psicológica a la historia, más allá de la simple narrativa de un criminal.
Nicholas Hoult ofrece una actuación magistral. Su interpretación de Sebastian es inquietantemente realista. No se trata de un monstruo unidimensional, sino de un hombre profundamente perturbado, atrapado en un ciclo de obsesiones y deseos insatisfechos. Su cautela, su timidez y su incapacidad para conectar genuinamente con los demás son lo que le hacen tan escalofriante. La transformación gradual de su personaje, desde un hombre aparentemente normal hasta un ser capaz de actos horribles, es sutilmente construida y credibly ejecutada. La química entre Hoult y Rooney Mara, que interpreta a la fotógrafa Lila, es palpable y crucial para el desarrollo emocional de la trama.
El guion, adaptado de la novela homónima de Anne Opsahl, es inteligente y, en ocasiones, ambiguo. Evita las respuestas fáciles y no ofrece explicaciones simplistas para la violencia de Sebastian. El comportamiento de Sebastian, aunque repulsivo, se presenta como el resultado de una serie de traumas pasados y una profunda incapacidad para experimentar la felicidad. Sin embargo, la película no se disculpa por sus actos y se mantiene firme en su postura moralmente gris, cuestionando la naturaleza de la empatía y la moralidad. El ritmo es lento, deliberado, lo que puede frustrar a algunos espectadores que esperan un thriller más enérgico, pero permite un desarrollo más profundo de los personajes y de su conflicto interno.
El diseño de producción y la fotografía contribuyen enormemente a la atmósfera opresiva y sombría de la película. Los escenarios oscuros y decadentes de Nueva York, así como el apartamento claustrofóbico de Sebastian, se convierten en símbolos de su aislamiento y su desesperación. La paleta de colores es fría y apagada, reforzando la sensación de desesperanza.
Nota: 7/10