“Manolo, la noche” (1986) de Pedro Almodóvar es una obra maestra del cine español, un ejercicio magistral de melodrama y comedia, profundamente arraigado en la estética visual y emocional del director. Más que una simple historia de engaño y celos, la película se erige como una reflexión sobre la soledad, el deseo desatendido y la búsqueda de la identidad, todo ello envuelto en un brillo deslumbrante y una atmósfera profundamente marcada por la España de los 80.
Almodóvar construye un universo rico en personajes complejos y, a menudo, profundamente inadaptados. Manolo, interpretado con una ternura sorprendente por partides de José Luis de Amenable, es un hombre que se define por su capacidad para ligar, una estrategia de supervivencia para llenar el vacío que siente. No es un héroe, ni un villano, sino un hombre atrapado en una dinámica de relaciones superficiales, incapaz de conectar de verdad con nadie. Su actitud, a veces exasperante, pero siempre vulnerable, es lo que lo hace irresistible. La actuación de de Amenable es esencial para entender la ambivalencia del personaje: su carisma disuelve cualquier posible juicio moral.
El guion, meticulosamente elaborado, se centra en la tensión que crece entre Manolo y su esposa, Elena, interpretada por Carmen Santín. La película no se limita a mostrar la infidelidad como un mero detonante, sino que explora las dinámicas subyacentes en el matrimonio, la falta de comunicación y el creciente aburrimiento. La influencia de la hermana de Elena, una figura despiadada y manipuladora, añade una capa de drama adicional, convirtiendo el engaño en una operación estratégica con consecuencias devastadoras. La trama, a pesar de su aparente sencillez, está repleta de giros inesperados y momentos de tensión que mantienen al espectador enganchado hasta el final.
La dirección de Almodóvar es, como siempre, impecable. La película está visualmente impresionante, con una paleta de colores vibrantes, escenarios lujosos y una fotografía que captura a la perfección la sensualidad y el glamour de la Costa del Sol. La banda sonora, con sus melodías melancólicas y letras sugestivas, refuerza la atmósfera emocional de la película. Almodóvar utiliza magistralmente el simbolismo, el color y el ritmo para transmitir los sentimientos y las intenciones de los personajes. No hay una escena que no esté cuidadosamente elaborada con una intención artística palpable.
“Manolo, la noche” es más que un melodrama. Es una crónica de una época, un retrato de la España que se abre al mundo, una exploración de las complejidades de las relaciones humanas y una celebración del deseo. Es una película que invita a la reflexión, que provoca emociones y que, a pesar de su desenlace agridulce, deja una huella imborrable en el espectador. Es una joya del cine español que merece ser vista y revisitada.
Nota: 9/10
