Maquia, una historia de amor inmortal (2018)

“Maquia, una historia de amor inmortal” es una película que, lejos de ser un espectáculo visual deslumbrante, se erige como un relato melancólico y profundamente conmovedor. La dirección de Sohei Imamura es, sin duda, su mayor fortaleza. Imamura construye una atmósfera de quietud casi religiosa, una sensación constante de aislamiento y pérdida que se siente incluso antes de que la invasión militar rompa la aparente serenidad de la comunidad inmortales. Su uso de la cámara, lenta y contemplativa, permite que el espectador se sumerja en el universo de Maquia, haciéndonos conscientes de la soledad y la desesperanza que la caracterizan. No se trata de una película de acción; su ritmo deliberado, aunque pueda resultar pausado para algunos, es esencial para transmitir la naturaleza gradual y la profunda tristeza que preside la vida de la protagonista. La película respira un silencio que se vuelve protagonista, dialogando con la mirada de las actrices y con la belleza agreste del paisaje japonés.

Las actuaciones son soberanas, sobre todo la de Rina Hotta como Maquia. Su interpretación es sutil, casi etérea, transmitiendo una mezcla de resignación y un anhelo desesperado por algo que ya no puede alcanzar. La fragilidad emocional de Maquia es palpable, y Hotta logra transmitirlo con una autenticidad que te conmueve profundamente. El pequeño Ariel, interpretado por Hayakawa, aporta un contrapunto vital a la melancolía de Maquia. Su inocencia y vulnerabilidad contrastan de forma efectiva con la experiencia y el peso de los años de Maquia. La relación entre ambos, aunque no se explicita como un romance tradicional, se construye con gestos, miradas y silencios, sugiriendo una conexión profunda que trasciende la simple amistad. Se entiende por qué Maquia se siente impulsada a protegerlo, a convertirlo en el anhelo de una vida que ya no le pertenece.

El guion de Imamura es, sin duda, el punto más delicado de la película. Evita caer en clichés del género de fantasía y se enfoca en la exploración de temas universales como la soledad, el amor, la pérdida y el paso del tiempo. La invasión militar no es un detonante de acción, sino más bien un catalizador que expone la fragilidad de la comunidad inmovilizada en el tiempo. La trama principal, centrada en la búsqueda del secreto de la inmortalidad, se convierte en un telón de fondo para la historia de amor entre Maquia y Ariel, dejando que los sentimientos y las motivaciones de los personajes desarrollen su propia fuerza narrativa. La película no ofrece respuestas fáciles y, en su lugar, nos deja con preguntas sobre el valor de la vida, la importancia de las relaciones humanas y la búsqueda de significado en un mundo en constante cambio. Es una película que te invita a reflexionar después de que termina, a cuestionar las propias concepciones sobre el tiempo y el amor.

La banda sonora, minimalista y evocadora, complementa a la perfección la atmósfera contemplativa de la película. Los instrumentos tradicionales japoneses y los sonidos de la naturaleza crean una experiencia sensorial única, que refuerza la sensación de estar en un lugar distinto del tiempo. Es una película que se queda contigo, un recuerdo persistente que te invita a volver a sumergirte en su mundo melancólico y profundamente conmovedor.

Nota: 8/10