“Maravillas” es una película que, a pesar de su premisa intrigante y su ambientación particular, se siente, en última instancia, un tanto inconclusa. Dirigida por Daniela Schmidt y estrenada en 2019, la película se sumerge en el universo oscuro y opresivo de una familia sefardita en el Madrid de los años 70, un periodo marcado por la tensión social, la prohibición y el peso del pasado. La trama, centrada en la relación de Maravillas, una joven con un futuro prometedor pero atrapada en una dinámica familiar disfuncional, presenta elementos de thriller psicológico y drama familiar, pero, para mi sorpresa, nunca logra conectar plenamente con el espectador.
La dirección de Schmidt es observadora y precisa. Captura a la perfección la atmósfera melancólica y la sensación de claustrofobia que permea la casa familiar. El uso de la luz y la sombra es particularmente efectivo, reflejando la dualidad moral de los personajes y el luto silencioso que se cierne sobre la familia. Sin embargo, a pesar de su meticulosa puesta en escena, la película carece de un ritmo narrativo dinámico. Se centra excesivamente en la descripción del ambiente y en las conversaciones, lo que, en algunos momentos, resulta monótono. La tensión se construye de manera lenta y gradual, a veces a costa del interés del público.
El elenco, liderado por la joven Lucía Pujol como Maravillas, ofrece actuaciones sólidas. Pujol logra transmitir la complejidad emocional de su personaje: su rebeldía, su vulnerabilidad y su sentimiento de abandono. Su interpretación es natural y convincente. Sin embargo, el personaje de su padre, interpretado por Miguel Ángel Herrero, se siente a menudo unidimensional. Aunque Herrero aporta matices al papel, la historia no explora a profundidad las motivaciones detrás de sus acciones. Los padrinos, interpretados por los veteranos Javier Godino y Paco Azorín, aportan un peso espiritual a la trama, pero su influencia, aunque palpable, no tiene un impacto significativo en el desarrollo de la narrativa.
El guion, escrito por los mismos Schmidt y Javier Reverte, es la debilidad principal de la película. La premisa – una esmeralda desaparecida como detonante de un conflicto familiar – es interesante, pero la resolución final es abrupta y decepcionante. Se plantean preguntas sobre el peso de la tradición, la moralidad y las consecuencias de las decisiones, pero la película se limita a tocar la superficie, sin ofrecer respuestas claras ni profundas. La complejidad de los personajes se ve mermada por un guion que, en general, carece de ambigüedad y de un verdadero pulso dramático. Se intuye una historia con mucho potencial, pero que, en su ejecución, no alcanza la calidad que merece. La exploración de la identidad sefardita, aunque presente, parece más una capa decorativa que un elemento central de la narrativa.
Nota: 6/10