“Martin Eden” de Pablo Larraín es una película que se instala en la piel, dejando una sensación de melancolía y soledad persistente mucho después de que los créditos finales hayan rodado. No es una película fácil de digerir, ni un espectáculo cinematográfico deslumbrante, pero su profunda reflexión sobre la ambición, la clase social y la naturaleza humana la convierte en una experiencia cinematográfica esencial. Larraín, conocido por su sensibilidad y su mirada a menudo sombría, logra construir un drama con una atmósfera palpable, casi claustrofóbica en algunos momentos.
La película se centra en Martin Eden (Thomas Gould), un hombre que asciende socialmente gracias a su trabajo como marinero. Su encuentro con Arthur Morse (Calvin Lieber), un joven adinerado y culturista, se convierte en el catalizador de una metamorfosis. Arthur, reconociendo la inteligencia y el potencial de Martin, lo introduce en un mundo de intelectuales, artistas y literatos en San Francisco. Sin embargo, esta apertura se revela como una trampa. La búsqueda de reconocimiento literario, alimentada por una ambición desmedida, lo lleva a abandonar su vida simple y a despojarse de sus valores originales. Gould ofrece una actuación magistral, transmitiendo la progresiva deshumanización de Martin con una contundencia que te marca. Su evolución, desde un marinero honesto hasta un intelectual vanidoso y amargado, es devastadora de ver.
La dirección de Larraín es precisa y cautivadora. Utiliza la fotografía de José Luis Rebres para crear una San Francisco opulenta y, a la vez, decadente, donde la riqueza y la pobreza coexisten en una tensión constante. La música, compuesta por Gustavo Santaolalla, es fundamental para el ambiente de la película, evocando la tristeza, la soledad y la nostalgia. La banda sonora no es solo un acompañamiento, sino un elemento narrativo que refuerza las emociones y la atmósfera del relato. La película se adentra en las profundidades de la psicología de los personajes, explorando sus motivaciones y sus conflictos internos. La relación entre Martin y Ruth (Elena Doering), su breve y apasionada aventura amorosa, es un interludio conmovedor, una sombra fugaz de felicidad en un mar de desesperación.
Sin embargo, la película no está exenta de críticas. El ritmo puede resultar pausado en algunos momentos, y la lentitud narrativa, aunque deliberada, podría disuadir a algunos espectadores. El guion, aunque sólido, podría haber explorado con mayor profundidad las implicaciones sociales de la ascensión social de Martin. A pesar de ello, "Martin Eden" es una obra que invita a la reflexión sobre la naturaleza del éxito, la importancia de la autenticidad y la pérdida de la identidad en la búsqueda de la fama y el reconocimiento. Es un retrato complejo y, en última instancia, trágico de un hombre consumido por sus propias ambiciones.
Nota: 8/10