“Marty” (1955) de Elia Kazan es una joya cinematográfica, un relato conmovedor y profundamente humano que, a pesar de su relativa sencillez, sigue resonando con fuerza en el espectador de hoy en día. Kazan, maestro en la dirección de actores y en la creación de atmósferas de tensión sutil, construye con maestría un drama sobre la soledad, la amistad y la búsqueda de un significado en la vida, elementos que, paradójicamente, resultan sorprendentemente modernos.
La película gira en torno a Marty, interpretado con una honestidad desarmante por Ernest Borgnine. Borgnine, en un papel que le valió el premio al Mejor Actor en el Festival de Cannes, nos entrega a un hombre sencillo, un carnicero con una vida aparentemente vacía. Su desesperación por encontrar pareja, su constante búsqueda de una “otra mitad” y su frustración ante su inmovilidad son palpables. Borgnine logra transmitir con una sutileza impresionante la amargura y la vulnerabilidad de Marty, un hombre que se siente a la deriva en un mundo que parece no quererle. No es un héroe, ni un villano; es simplemente un hombre, y precisamente en esa sencillez reside la fuerza de su personaje.
La dirección de Kazan es fundamental para el éxito de la película. No recurre a artificios o a melodramas baratos. La cámara se mueve con elegancia, observando a los personajes con una mirada perspicaz. La atmósfera, densa y melancólica, se crea a través de la iluminación tenue y los escenarios grises y opacos, reflejando el estado anímico de los protagonistas. La tensión se construye gradualmente, con pequeños detalles y miradas que revelan la angustia de Marty y su amigo George, interpretado por Philip Segar. La ausencia de la música durante gran parte de la película, y su uso estratégico en los momentos clave, intensifica el drama.
El guion, adaptado de una obra de teatro de Paddy Chayefsky, es brillante en su descripción de las relaciones humanas. El diálogo es natural y realista, con conversaciones que reflejan las preocupaciones y los miedos de la época. La relación entre Marty y George, dos amigos que se apoyan en la adversidad, es el núcleo emocional de la película. Su viaje a Reno, Nevada, para intentar “revivir” el matrimonio de su amigo Ben, no es solo un plan desesperado; es una búsqueda de sentido, de una oportunidad para recuperar la esperanza. La película explora la fragilidad de la vida, la importancia de la amistad y la aceptación de uno mismo. Es una reflexión sobre el amor, la pérdida y la necesidad de enfrentar el pasado para poder construir un futuro.
En definitiva, “Marty” es una película que trasciende su época y su género. Es un retrato honesto y conmovedor de la condición humana, que nos recuerda que, a pesar de nuestras limitaciones y frustraciones, siempre hay espacio para la esperanza y la amistad. Es un clásico que merece ser visto y revisto, una prueba de la maestría de Elia Kazan y la fuerza de la narrativa cinematográfica.
Nota: 8.5/10
