Más vale muerto (1985)

“Más vale muerto” es una obra que se instala bajo la piel, no por su espectacularidad visual, sino por la visceralidad de su exploración de la desesperación. La película, dirigida con un pulso nervioso por Thomas Vinterberg, no ofrece un espectáculo cinematográfico grandioso, sino una intensa y perturbadora reflexión sobre la fragilidad del alma humana y las consecuencias devastadoras de una pérdida amorosa. El director noruego, conocido por su obra realista y a menudo inquietante, ha logrado una vez más construir una narrativa que se siente profundamente auténtica, incluso en sus momentos más sombríos.

La película nos presenta a Lane (Jesse Plemper), un hombre joven y aparentemente normal, que se ve sumido en la nada después de que su pareja, Evelyn (Diane Kruger), lo abandone por un esquiador de renombre, un "hombre de hielo" que personifica la idealización romántica y la búsqueda de la perfección. La desesperación de Lane se materializa en una serie de intentos de suicidio que, lejos de ser definitivos, se convierten en un círculo vicioso de angustia, fracaso y creciente confusión. Vinterberg, en lugar de recurrir a imágenes bombásticas, opta por un enfoque sutil pero implacable, mostrando la soledad y el aislamiento de Lane a través de la cámara. La fotografía, natural y con un uso magistral de la luz, contribuye a crear una atmósfera opresiva y claustrofóbica que refleja el estado mental del protagonista.

El verdadero éxito de “Más vale muerto” reside en la interpretación de Jesse Plemper. Su actuación es excepcionalmente honesta y vulnerable. La cámara le concede una intimidad casi perturbadora, capturando los pequeños detalles de su rostro y su lenguaje corporal, que revelan el dolor, la frustración y la desesperación de Lane con una precisión devastadora. Kruger también ofrece una interpretación firme como Evelyn, aunque su personaje no recibe la misma profundidad que el protagonista. Es un contraste deliberado, ya que la película se centra en el proceso de duelo y la percepción subjetiva de la pérdida, más que en la justificación del comportamiento de Evelyn.

El guion, adaptado de la novela homónima de Martin Rueff, es inteligente y ambivalente. Vinterberg y los guionistas evitan caer en simplismos emocionales, presentando la historia desde la perspectiva de Lane, pero sin juzgarlo ni absolverlo. El film plantea preguntas inquietantes sobre la naturaleza del amor, la pérdida y la búsqueda de sentido. La película no ofrece respuestas fáciles y, en cambio, se atreve a sugerir que la verdadera muerte no siempre reside en la ausencia física, sino en la erosión del alma. El ritmo, deliberadamente pausado, permite que la angustia y la desesperación de Lane se acumulen gradualmente, generando una tensión psicológica que se mantiene hasta el final. Se podría argumentar que la ambigüedad moral de la narrativa, y la falta de un desarrollo más profundo de personajes secundarios, podrían considerarse debilidades, pero son decisiones conscientes del director para enfocar la atención en la experiencia central del protagonista.

Nota: 8/10