Matar al irlandés (2011)

“Matar al irlandés” (The Irishman) no es una película que consiga sorprender con giros de guion complejos o una trama que rompa con las convenciones del género criminal. Sin embargo, es una obra maestra de la sutileza y la atmósfera, un estudio magistral del poder, la ambición y la obsolescencia. Martin Scorsese, en su última entrega, nos entrega un drama de época que, lejos de ser un thriller a gran velocidad, se construye sobre la paciencia y la observación, capturando la decadencia silenciosa de un mundo en proceso de morir.

Robert De Niro, como siempre, ofrece una actuación monumental. Su Danny Green es un hombre desolado, erosionado por la edad y por las propias consecuencias de su pasado. No es un villano caricaturesco, sino un hombre roto, un anciano solitario que ha construido un imperio basado en el miedo y la violencia, pero que, al final, se siente vacío y desilusionado. La belleza de su actuación reside en la economía de sus gestos, en la lentitud con la que se mueve y en la mirada cansada que transmite. De Niro no necesita grandes diálogos o espectaculares demostraciones de fuerza para comunicar el peso de sus decisiones.

La dirección de Scorsese es impecable. La película se sumerge en la atmósfera opresiva de Cleveland en los años 70, recreando con detalle el entorno, los olores y la sensación de un lugar al borde del colapso. La fotografía, con tonos apagados y una paleta de colores limitada, contribuye a crear una atmósfera de melancolía y desesperación. Scorsese evita los clichés del género, centrando la atención en los detalles cotidianos de la vida de Green, en sus relaciones familiares, en sus pequeñas rutinas y en la forma en que se adapta a un mundo que ya no le pertenece. La película no se centra en la violencia, sino en sus consecuencias, en el precio que se paga por la ambición y en la pérdida de la inocencia.

El guion, adaptado de una novela de Charles Brandt, es inteligente y sutil. No hay explosiones ni persecuciones a gran escala. La historia se desarrolla a través de conversaciones pausadas, de miradas y de gestos. Scorsese y su equipo de guionistas construyen una narrativa compleja y rica en matices, que explora las motivaciones de los personajes y las consecuencias de sus acciones. La película no juzga a sus personajes, sino que los presenta como seres humanos complejos, con virtudes y defectos, que luchan por sobrevivir en un mundo brutal. El ritmo, deliberadamente lento, permite al espectador sumergirse en la historia y reflexionar sobre los dilemas morales que enfrentan los personajes.

“Matar al irlandés” es una película contemplativa, un homenaje al cine de la mafia y una reflexión sobre la naturaleza del poder y la moralidad. No es una película para todos los públicos, pero para aquellos que aprecien el cine inteligente y bien realizado, es una experiencia inolvidable. Un Scorsese en la cima de su arte, demostrando que la sutileza y la atmósfera pueden ser tan poderosas como la acción y los efectos especiales.

Nota: 9/10