“Matar o no matar, éste es el problema” (1966), una película de Alexander Mackendrick, es una joya peculiar del cine de terror y suspense que, lejos de caer en clichés, se presenta como un estudio de personaje inquietante y una reflexión sobre la vanidad, la ambición y las consecuencias de la rabia descontrolada. La película no se basa en sustos fáciles, sino en una atmósfera de tensión creciente y un protagonista moralmente ambiguo que nos obliga a cuestionar su propia condena. Vincent Price, en un papel que parece estar sacado directamente de una de las obras de Shakespeare, ofrece una interpretación magistral y profundamente compleja de Edward Lionheart, un actor veterano, resentido y convencido de su propio genio, pero también vulnerable y terriblemente humano. Price logra transmitir con maestría la mezcla de arrogancia, frustración y una profunda tristeza subyacente que impulsa la locura de Lionheart. Su actuación es, sin duda, el corazón palpitante de la película.
La dirección de Mackendrick es exquisita. Llega a crear un ambiente claustrofóbico, que se intensifica a medida que el plan de venganza de Lionheart se ejecuta. No hay una excesiva ornamentación visual; la película se centra en el desarrollo psicológico del personaje y en la gradual desintegración de su mundo. El uso de la iluminación, con sombras y contrastes, contribuye significativamente a la atmósfera opresiva que reina en cada escena. La banda sonora, composiciones clásicas a cargo de John Alden Carpenter, refuerza esa sensación de inquietud y anticipación, sin recurrir a melodías horripilantes, sino con piezas que evocan la tragedia y la desesperación.
El guion, adaptado de la obra teatral de John Van Druten, es inteligente y sutil. Se evita la explicación excesiva de las motivaciones de Lionheart, permitiendo que el espectador llegue a sus propias conclusiones. La película no juzga al protagonista, sino que lo presenta como una víctima de sus propias ambiciones y del rechazo social. Las situaciones en las que Lionheart se ve envuelto, aunque aparentemente cómicas o absurdas, revelan una profunda incomodidad y una creciente desesperación. La ironía es un elemento recurrente, y la película logra mantener al espectador en vilo hasta el final, planteando preguntas sobre la naturaleza del arte, la fama y el precio de la venganza. Las referencias a Shakespeare no son meros adornos; se integran en la narrativa de una manera significativa, subrayando la obsesión del protagonista por la gloria y la tragedia.
Si bien la película puede parecer lenta para algunos espectadores modernos, su ritmo pausado y la profundidad de sus personajes son su mayor fortaleza. La película no pretende ser un espectáculo de terror, sino una meditación sobre la condición humana, y el legado de Shakespeare sirve como un espejo que refleja la fragilidad y la imperfección de nuestro ser. “Matar o no matar, éste es el problema” es, en definitiva, una obra maestra poco conocida que merece ser redescubierta por aquellos que buscan cine inteligente, provocador y con un toque de humor negro. No es simplemente una película de asesinatos; es una reflexión sobre el alma de un hombre atormentado.
Nota: 8/10