Match (2014)

“Match”, dirigida por el siempre interesante Justin Kurzel, no es un melodrama hollywoodiense, sino una exploración introspectiva y perturbadora de la fragilidad de las relaciones humanas y la carga del talento. La película, adaptada de la aclamada obra de teatro, se centra en la visita de la psicóloga, Helen (Amy Adams), y su marido, el profesor de danza, Joe (Benedict Cumberbatch), a la prestigiosa academia Julliard para entrevistar a Tobi Powell (Lucas Hedges), un ex bailarín con un pasado complejo. La historia se presenta como una conversación fragmentada, un diálogo en movimiento que se asemeja al ritmo frenético de la danza, pero que en realidad se enfoca en desentrañar las heridas emocionales de Tobi y, por extensión, de los dos adultos que intentan acercarse a él.

Kurzel opta por un estilo visual minimalista pero inquietante. La fotografía, con una paleta de colores apagados y una iluminación que a menudo juega con las sombras, no busca la grandilocuencia, sino la sutileza. Se concentra en los gestos, las miradas y los silencios, elementos cruciales para construir la tensión dramática. La película se siente densa, casi claustrofóbica, y eso es precisamente lo que la hace tan efectiva. El uso del movimiento, especialmente en las escenas que muestran la práctica de la danza, es magistral, no como un mero adorno, sino como una manifestación física de los conflictos internos de los personajes.

Las actuaciones son, sin duda, el corazón de la película. Amy Adams ofrece una interpretación conmovedora y sutil de Helen, una mujer que lucha con sus propios demonios mientras intenta comprender el de Tobi. Benedict Cumberbatch, con su característica intensidad, da vida a Joe, un hombre atormentado por la ambición y la culpa. Pero es Lucas Hedges quien brilla con fuerza. Su retrato de Tobi es el más complejo y resonante. Hedges logra transmitir la vulnerabilidad y el dolor del personaje con una autenticidad pasmosa, evitando cualquier gesto melodramático y mostrando, en su lugar, una profunda incomodidad y una angustia contenida. Su baile es, en sí mismo, una forma de expresión de sus emociones, de su lucha por encontrar un escape.

El guion, adaptado del texto original de Richard Kiley, está excepcionalmente bien construido. No intenta ofrecer respuestas fáciles ni finales felices. La película se pregunta más que ofrece soluciones. El diálogo es a menudo incómodo y revelador, y la estructura narrativa, aunque aparentemente fragmentada, logra crear un ritmo incesante que mantiene al espectador enganchado desde el principio hasta el final. Es una obra que te obliga a reflexionar sobre la naturaleza de la memoria, el impacto de las experiencias traumáticas y la dificultad de perdonar – tanto a otros como a uno mismo.

A pesar de su tono sombrío, “Match” es una película profundamente humana y, en cierto modo, esperanzadora. No te abandona con una sensación de consuelo, sino con una profunda sensación de empatía por los personajes que la conforman. Es una película que perdura en la memoria, invitándote a reflexionar sobre las heridas que todos portamos y la importancia de la conexión humana.

Nota: 8/10